Si Thomas Piketty tiene razón y el capitalismo contemporáneo es un fenómeno inconcebible sin su poderosa dimensión ideológica, entonces hacer política en el siglo XXI demanda una precisión conceptual poco común. Lo vemos en México, pero no únicamente aquí. La idea de “neoliberalismo” rige, en buena medida, la vida pública sin que los actores políticos la manejen con discernimiento.
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador llegó al poder con la promesa de acabar con el neoliberalismo. No sólo eso, a partir de un momento, el Presidente asumió que con su gobierno el neoliberalismo llegaba a su fin. Eso significaba que por neoliberalismo López Obrador entendía una forma de dirigir la política y la economía mexicanas propia de las últimas décadas del siglo XX.
"De manera que asumir el neoliberalismo como “antiguo régimen” supone entender el nuevo gobierno como revolución. Y si se trata de una revolución, el cambio de régimen que se proyecta abarcaría todas las esferas de la sociedad. Es en ese equívoco donde radican algunos de los más costosos errores del nuevo gobierno. Al proponerse rebasar todo el periodo neoliberal, afecta áreas, como las de la política cultural"
En diversas intervenciones públicas el Presidente sugirió que el neoliberalismo era, también, un periodo de la historia contemporánea de México que arrancaba en el sexenio de Miguel de la Madrid, entre 1982 y 1988. Desde el punto de vista de la política económica, la periodización tenía sentido, ya que fue en aquella década que comenzó a avanzar en México, y en todo el mundo occidental, la lógica desreguladora en la conducción de la economía.
Pero al entender el neoliberalismo como periodo histórico, el Presidente y sus partidarios ponían en práctica un sentido integral del concepto. El neoliberalismo no se limitaba a las privatizaciones o la reducción del gasto público sino que abarcaba todas las esferas del Estado. En México, a su juicio, todas las políticas, la económica y la social, la educativa y la cultural, la científica y la deportiva, habían estado definidas por el principio neoliberal.
El profesor de El Colegio de México, Fernando Escalante, sostiene en su Historia mínima del neoliberalismo (2015) que, en efecto, el neoliberal es un “programa intelectual y político” sumamente abarcador. Las primeras esferas que incorpora dicho programa son la economía y el derecho, pero a partir de éstas intenta avanzar hacia una reconfiguración integral de la sociedad.
Sin embargo, Escalante y otros autores, como David Harvey, advierten que el neoliberalismo, como sistema global, se adaptó de manera distinta y limitada a cada contexto nacional. El neoliberalismo aspiraba a ser una revolución pero no logró alterar totalmente las estructuras previas. En América Latina, además, la introducción del neoliberalismo coincidió con las transiciones democráticas, que se produjeron como reacción legítima a las dictaduras de la Guerra Fría.
"En diversas intervenciones públicas el Presidente sugirió que el neoliberalismo era, también, un periodo de la historia contemporánea de México que arrancaba en el sexenio de Miguel de la Madrid, entre 1982 y 1988. Desde el punto de vista de la política económica, la periodización tenía sentido, ya que fue en aquella década que comenzó a avanzar en México, y en todo el mundo occidental, la lógica desreguladora en la conducción de la economía"
De manera que asumir el neoliberalismo como “antiguo régimen” supone entender el nuevo gobierno como revolución. Y si se trata de una revolución, el cambio de régimen que se proyecta abarcaría todas las esferas de la sociedad. Es en ese equívoco donde radican algunos de los más costosos errores del nuevo gobierno. Al proponerse rebasar todo el periodo neoliberal, afecta áreas, como las de la política cultural y académica, que, en vez de reorientarse hacia el neoliberalismo, preservaron aciertos del Estado post-revolucionario.
Otra incongruencia se deriva del manejo oficial del término “neoliberalismo”. En Capital e ideología (2019) señala Piketty que cualquier proyecto ideológico tiene dos componentes indisociables: el régimen de propiedad y el régimen político. El actual gobierno se percibe y presenta a sí mismo como revolución y cambio de régimen sin alterar, fundamentalmente, la estructura de propiedad ni el sistema institucional y legal de la democracia.
Esa incongruencia conduce a la zona más inquietante de la política mexicana actual. El gobierno y la oposición comienzan a acomodarse al tipo de relación excluyente y polarizada de los procesos de cambio de régimen. Pero como dicho cambio no es tal y las reglas del juego siguen siendo las mismas, lo que se produce es algo muy parecido a una perversión de la democracia.