La nueva normalidad

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No sabemos, todavía al día de hoy, cuál será la nueva normalidad a la que habremos de acostumbrarnos después de que se levante la cuarentena en el mundo entero. La frase misma “nueva normalidad” resulta extraña: huele a oxímoron y suena a ironía.

Mientras no exista una vacuna, el virus seguirá matando y, por lo mismo, las cosas no podrán ser iguales que antes. Es muy probable que algunas de las reglas que se han planteado como extraordinarias sigan vigentes. Seguiremos usando tapabocas, guardando distancia, evitando aglomeraciones. Habrá menos libertades, menos movimiento, menos integración. Algunos grupos sociales saldrán perjudicados, en particular, los ancianos, los enfermos, los discapacitados. Deberemos protegerlos de las oscuras tendencias, que ya se han asomado, que pretenden aislarlos, recluirlos e incluso eliminarlos.

Así como la epidemia de HIV resaltó la discriminación padecida por el colectivo de los homosexuales, el Covid-19 ha servido como un catalizador para sacar a flote la discriminación padecida por otros grupos sociales. Es importante que sigamos reflexionando sobre estas situaciones estructurales para poder corregirlas. Hay que luchar para que la nueva normalidad sea más justa que la vieja.

El Covid-19 es la primera pandemia padecida por un mundo interconectado. ¿Acaso ello permitirá el desarrollo de una nueva autoconsciencia de la humanidad? Yo espero que así sea. Pero ello requiere que (1) preservemos la memoria de lo sucedido, (2) no dejemos de reflexionar de manera crítica acerca de ello, y (3) imaginemos un futuro diferente, que tendría que ser, por supuesto, mejor que el actual. Ninguna de estas tareas podrá llevarse a cabo sin la participación de las humanidades. Si la pandemia ha sido el momento de los médicos, la post-pandemia tendrá que serlo de los filósofos, los historiadores, los antropólogos, los sociólogos, los teólogos.

Se han levantado voces que han pedido mayor colaboración, integración y sentido de comunidad. Una nueva humanidad requerirá una nueva moral planetaria. ¿Seremos capaces de cambiar nuestros hábitos, nuestros deseos, nuestras convicciones? ¿Acaso el miedo a la extinción colectiva logrará, por fin, sacudirnos de nuestra autocomplacencia?

La humanidad ha sido, por lo que toca a la moralidad, un organismo de lento aprendizaje. No debemos descartar, sin embargo, la posibilidad de que la nueva normalidad sea una oportunidad para construir un mundo mejor. No sostengo que vayamos a realizar la utopía de un día para otro. Los cambios positivos pueden ser pequeños, pero lo que importa es que sean perdurables.

Después de la tempestad viene la calma, se dice por ahí. Después del primer golpe de la pandemia llegará la esperanza. Los seres humanos estamos diseñados para tener esperanza, sin ella no hubiéramos podido sobrevivir las terribles calamidades que ha padecido nuestra especie. Y no sólo me refiero a la individual, la de que me irá mejor a mí, sino a la colectiva, la de que nos irá mejor a todos juntos.

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