La muerte de Carranza y el vocabulario de la historia

En días pasados se cumplieron cien años de la muerte de Venustiano Carranza en Tlaxcalantongo, Puebla. En actos oficiales, eventos académicos e intervenciones en los medios y las redes, se utilizaron términos contradictorios para definir aquel suceso. Esas divergencias muestran un hecho de la mayor relevancia: en México, a diferencia de otros países latinoamericanos, el pasado está abierto a debate y acontecimientos centrales de la historia del siglo XX generan un choque de visiones que, en buena medida, refleja la pluralidad ideológica que sustenta toda democracia.

En la ceremonia oficial en Palacio Nacional, Felipe Arturo Ávila, director del INEHRM, calificó el proceso que desembocó en el asesinato de Carranza como una “rebelión militar”. Con esta fórmula aludía a la insubordinación de amplios sectores de la clase militar y política mexicana, en 1920, impulsada por el gobernador de Sonora, Adolfo de la Huerta, y los generales Plutarco Elías Calles y Álvaro Obregón, en el Plan de Agua Prieta. Estos líderes sonorenses decidieron rebelarse contra Carranza por las trabas ostensibles que el mandatario interpuso a la candidatura presidencial de Obregón y su deseo de nombrar sucesor a un civil: el ex embajador de México en Estados Unidos, Ignacio Bonillas.

"En una conferencia magistral en El Colegio Nacional, Javier Garciadiego también se refirió al Plan de Agua Prieta como una “insurrección militar”. Pero no dio pie a la duda al calificar la muerte de Carranza como un asesinato o un magnicidio, el segundo y el último, después del de Francisco I. Madero en 1913, de un presidente en funciones en el México del siglo XX"

Ávila, gran conocedor del zapatismo, no apeló a la típica doctrina de la venganza, según la cual, Carranza murió traicionado y asesinado, como Zapata, a manos del carrancismo, un año antes. Pero en su muy completo balance del legado de Carranza —triunfo sobre el huertismo, Constitución de 1917, edificación del nuevo Estado, diplomacia soberanista—, aseguró que los avances sociales, agrarios, obreros y populares, de la Constitución de Querétaro, fueron apropiaciones de los ideales de Zapata y Villa. Valga aquí el recordatorio que hubo siempre un carrancismo social (Luis Cabrera, Pastor Rouaix, Eduardo Hay, Isidro Fabela…) que no debería subestimarse.

En una conferencia magistral en El Colegio Nacional, Javier Garciadiego también se refirió al Plan de Agua Prieta como una “insurrección militar”. Pero no dio pie a la duda al calificar la muerte de Carranza como un asesinato o un magnicidio, el segundo y el último, después del de Francisco I. Madero en 1913, de un presidente en funciones en el México del siglo XX. El ataque de las tropas de Rodolfo Herrero fue concebido para ejecutar a Carranza y logró su cometido. Nunca ha podido comprobarse que Herrero actuara por órdenes de De la Huerta, Calles, Obregón —y, mucho menos, Cárdenas—, pero su acción desbrozó al ascenso al poder del grupo sonorense.

Enrique Krauze, por su parte, rescató un viejo artículo suyo, “La noche de Tlaxcalantongo” (1986), en la revista Vuelta, donde sostenía la hipótesis de que Carranza se había suicidado en medio del ataque a la choza donde pernoctaba. El propósito de Herrero, según Krauze, no era ejecutar a Carranza sino arrestarlo para detener su avance hacia Veracruz, donde el presidente pensaba instalar su gobierno como había hecho en 1914. Un análisis reciente del Servicio Médico Forense (Semefo), a partir de la ropa acribillada de Carranza, apunta a que el líder coahuilense recibió varios disparos de distintas armas, pero no descarta que una haya sido su propia pistola.

"Ávila, gran conocedor del zapatismo, no apeló a la típica doctrina de la venganza, según la cual, Carranza murió traicionado y asesinado, como Zapata, a manos del carrancismo, un año antes. Pero en su muy completo balance del legado de Carranza, aseguró que los avances sociales, agrarios, obreros y populares, de la Constitución de Querétaro, fueron apropiaciones de los ideales de Zapata y Villa"

Magnicidio o suicidio, la muerte de Venustiano Carranza plantea dilemas a la historia política de México y a los términos del debate público sobre el pasado del país. Hay quienes demandan entender aquella “rebelión militar” como asonada o golpe de Estado contra un presidente constitucional. Por esa vía se corre el riesgo de aplicar la corrección democrática de hoy a la construcción violenta del Estado revolucionario hace un siglo. Tan anacrónica puede ser esa visión como la que denuncia en Carranza un civilismo autoritario, que lo llevó a querer imponer a su candidato en la sucesión presidencial de 1920.

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