Un día entre los días

ENTREPARÉNTESIS

larazondemexico

En tiempos de la pandemia, los días se confundían, daba igual si era miércoles o viernes, lunes o sábado, y parecía haber un convenio tácito de que el mundo se había detenido un jueves cualquiera. Pero un día se distinguió de los demás: en medio de esa quietud que comenzaba a instalarse en los huesos de todos, las noticias y los acontecimientos se concentraron como un enjambre de abejas (y las abejas estaban en la conversación, en la boca de la gente). Fue la excepción dentro de la excepción, la sacudida en el meollo de la pausa.

Lo primero fue el dragón, la nave espacial que se puso bellamente en órbita y que por un instante distrajo a la gente de su terrible circunstancia: una conquista, una expedición estelar, una fuga del aquí. Duró apenas unos minutos. Siendo una empresa comercial, llegó la hora de la privatización del espacio, dijeron algunos, pero no hubo tiempo para discutirlo porque arreciaban las noticias del malestar y la rabia que se manifestaban en el país más poderoso del planeta por el asesinato racista de un ciudadano negro, de nombre George Floyd, a manos de un policía que, de manera brutal e impasible, lo había asfixiado con la rodilla sobre el cuello. Si el coronavirus ataca directamente a la respiración del humano, aquel policía parecía la personificación de aquel azote, ahogando a un hombre vulnerable porque sí. La gente salió a las calles, enfurecida, clamando justicia, visiblemente exasperada por tener que seguir exigiendo el básico derecho a la vida. No hubo tapabocas que ahogaran esos gritos, ni mentira oficial que los silenciara… Cundió la violencia, se declararon toques de queda. Un grupo de gente irrumpió en una tienda de música y alguien comenzó a tocar el piano, al igual que, en ese mismo instante, un joven pianista, Igor Levit, ejecutaba pacientemente desde su confinamiento la obra “Vejaciones”, de Erik Satie, cuya duración es de veinte horas. La nave seguía su rumbo a la estación espacial internacional, que orbita la Tierra a 250 millas de distancia, mientras en México grupos de gente se manifestaban en sus coches contra las políticas “socialistas” del Presidente y pidiendo su salida, ejerciendo su libertad de crítica y provocando, en algunos, una sonora risotada, aunque breve, porque todo en ese día parecía convulsión, nervios, agitación, como si al mundo le hubiera dado un ataque de ansiedad, como si una crisis largamente contenida por fin estallara. Padres y madres no supieron cómo interpretar ese vertiginoso presente para explicárselo a sus hijos, cómo llenar de contenido real aquellas dos palabras por todos pronunciadas: “nueva normalidad”. Si es nueva, no es normal, si es normal, no es nueva, se decían, pero si se parece al día de hoy entonces cunde en ella la desigualdad, la destrucción ecológica del planeta, la rapiña empresarial, el racismo, el clasismo, la

desinformación, el privilegio. Y sí, también la belleza y el amor, el pan y la poesía, la perseverancia de la vida, el despertar de un largo y agitado sueño. Todo arremolinándose en un día, un día convulso y aleccionador en tiempos de la pandemia.