“Decir que el cambio soy yo es lo más viejo que existe en la política mexicana”, dijo en el año 2000 durante un debate presidencial el entonces candidato Gilberto Rincón Gallardo, quien tres años después fundara el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación. Sus reflexiones hoy cobran una especial relevancia.
Y es que si la justicia en México fuera una pieza de teatro, esta semana habría producido una de sus puestas en escena más dramáticas. Se lo describo en tres actos:
Primer acto:
“Acabo de recibir una terrible noticia. Fue ejecutado el señor juez de distrito Uriel Villegas junto con su esposa, Verónica Barajas”, dijo en plena sesión virtual de la Suprema Corte de Justicia el ministro Arturo Zaldívar.
Las víctimas fueron asesinadas en su casa —en la que tenían pocos meses de residir— y frente a sus hijas de sólo 3 y 7 años.
Una ejecución al puro estilo del crimen organizado, del que Villegas estuvo desafortunadamente demasiado cerca cuando solicitó el traslado de Rubén Oseguera, El Menchito, de la cárcel de Oaxaca donde se encontraba a otra de máxima seguridad en El Salto, Colima.
“Y estaba haciendo su trabajo, y lo estaba haciendo bien”, dijo la secretaria de Gobernación Olga Sánchez Cordero, quien seguramente tiene razón, estaba haciendo bien su trabajo… pero lo mataron.
Segundo acto:
Después de 13 años de perseguir justicia sobre uno de los casos más mediáticos en la historia del secuestro en México, esta semana un tribunal amparó al principal responsable del plagio y asesinato en 2007 de la joven Silvia Vargas, hija del empresario y extitular de la Conade Nelson Vargas.
Se consideró que el conocido como “Comandante Blanco” y líder de la banda de secuestradores “Los Rojos”, no contó en aquel momento con una “defensa adecuada”, dejando entonces sin efecto el auto de formal prisión dictado en su contra y ordenándose reponer su proceso.
Tercer acto:
“Ahora que hubo una polémica por un comentarista de redes sociales que fue invitado para un debate me enteré de que existe… ¿cómo se llama?…¡Conapred!” respondió a un lado la secretaria de Gobernación a la pregunta del Presidente de la República.
Y es que así se refirió el jefe del Ejecutivo al Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, que esta semana se envolvió en una polémica que escaló y escaló.
Primero por extenderle la invitación a un foro sobre discriminación al “youtuber” Chumel Torres —que en el pasado se refiriera despectivamente al hijo menor del Presidente—.
Chumel Torres, un personaje tan controvertido como popular, celebrado por unos, odiado por otros tantos, pero señalado por todos por sus comentarios racistas y personalidad bulleadora.
La esposa del Presidente fue de las primeras en expresar a través de su cuenta de Twitter, su desacuerdo con la convocatoria del panel organizado por Conapred, donde lanzó una queja sobre el comunicador al que se refirió simplemente como “individuo”.
A partir de ahí no pasó mucho tiempo para que la presidenta del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, Mónica Maccise, quedara al centro del conflicto, colocando inevitablemente la cabeza sobre la ventana de la guillotina que la decapitaría.
¿Realmente se equivocó el Conapred en su convocatoria para dicho panel? ¿o quizá consideró que la exclusión es precisamente lo que le cierra las puertas al diálogo, a los acuerdos, a escuchar todas las voces de una historia, argumentar, convencer y desde el entendimiento combatir la discriminación?
Decapitar a su titular puede leerse como un acto de discriminación por parte del jefe del Ejecutivo, quien dijo desconocer —sin ser verdad— al órgano que desde hace 17 años ha trabajado en favor de los grupos más vulnerables y cuya titular él mismo aprobó en noviembre pasado y a quien la secretaria de Gobernación Olga Sánchez Cordero rindió protesta.
¿Es posible que el Presidente de la República desconozca los organismos que permean funciones del Estado y que han puesto las bases para emprender acciones legislativas fundamentales para una mejor vida de los más desprotegidos? ¿Siendo ese el objetivo al que más alude desde sus tiempos de campaña?
Qué doloroso pensar que, en esta obsesión política mexicana por el regreso al pasado, se adopte metafóricamente la práctica de la guillotina francesa, hoy tropicalizada decapitando a mujeres brillantes.
¡Qué doloroso!