Tres palabras clave en la historia de México: libertad, justicia y honestidad

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En mi artículo del sábado anterior (“Reflexiones apresuradas sobre la filosofía del presente mexicano”) sostuve que las categorías políticas de nuestro pasado han dejado de funcionar en el nuevo escenario. En este artículo quisiera ahondar en ese diagnóstico.

México nació por un anhelo de libertad. Ése fue el afán de quienes pelearon por la independencia. Una vez rotas las cadenas que nos ataban a España, tocaba a los mexicanos construir su destino. Lo dijo así Iturbide en un discurso a sus tropas: “Ya sabéis el modo de ser libres: a vosotros toca señalar el de ser felices”. De inmediato, se formaron dos bandos: quienes pensaban que teníamos que acabar con las estructuras de la sociedad colonial para alcanzar la libertad plena y quienes pensaban que convenía conservar esas estructuras. El combate entre liberales y conservadores tomó la mayor parte del siglo XIX. La guerra la ganaron los liberales, pero no sin adoptar algunas de las tesis de los conse arvadores, como mostró Edmundo O’Gorman.

Los partidos de la alternancia cubrían las que se consideraban eran las coordenadas completas de nuestro horizonte político: izquierda, derecha y centro. Esos partidos políticos tenían la responsabilidad conjunta de lograr que poco a poco se fueran cumpliendo las esperanzas de la nación Todo esto ha cambiado de manera acelerada

La Revolución mexicana comenzó como una lucha para recobrar la libertad política, pero muy pronto adoptó reivindicaciones sociales profundas. Los mexicanos que se levantaron en armas no sólo pelearon por el sufragio efectivo y la no reelección sino también por su derecho al pan, al trabajo digno y a la propiedad de la tierra, todos estos, reclamos inexcusables de justicia social.

Con el triunfo de la Revolución se formó un Estado que buscó su legitimidad en la satisfacción conjunta de la libertad política y de la justicia social. Quienes se opusieron a este régimen desde la izquierda pretendían que la Revolución mexicana se preocupara más por la justicia social que por la libertad, que se entendía como un prurito burgués, una excusa para conservar la propiedad privada de los medios de producción. Por otra parte, quienes se opusieron al régimen desde la derecha, les inquietaba que la supuesta lucha por la justicia social restringiera la libertad política de los mexicanos, que no hubiera democracia electoral genuina.

[caption id="attachment_751425" align="aligncenter" width="1654"] Una fotografía de la época revolucionaria[/caption]

La democracia representativa liberal que se construyó a finales del siglo anterior y en la que todavía vivimos se planeó de acuerdo con la narrativa de una nación que seguía en busca de la libertad política y de la justicia social. Los partidos de la alternancia cubrían las que se consideraban eran las coordenadas completas de nuestro horizonte político: izquierda, derecha y centro. Esos partidos políticos tenían la responsabilidad conjunta de lograr que poco a poco se fueran cumpliendo las esperanzas de la nación.

Todo esto ha cambiado de manera acelerada. Ni la libertad ni la justicia son las palabras clave de Morena. De acuerdo con la visión de la historia para qué de México que promueve AMLO —visión que todavía no ha desarrollado una nueva historiografía oficial, aunque seguramente pronto veremos formulaciones de ella— la batalla que fundará la tercera época de la historia de México es una lucha contra la corrupción de las élites del sistema político y económico. Una vez que el pueblo en el poder destruya el cáncer de la corrupción, lo demás vendrá por añadidura: la felicidad, la libertad y la justicia. Para ponerlo en una frase, podemos decir, que si los liberales combatieron contra la opresión política y los revolucionarios contra la explotación económica, AMLO lo hace contra la maldad moral.

De acuerdo con la visión de la historia de México que promueve AMLO, la batalla que fundará la tercera época de la historia de México es una lucha contra la corrupción de las élites del sistema político y económico

Quienes diseñaron el sistema político vigente no imaginaron que aparecería un partido político que no cupiera dentro de las coordenadas previstas. Se ha impuesto una nueva narrativa. No es la libertad política ni la justicia social, sino el bien, la decencia y la integridad lo que propugna AMLO. No sólo recorre los pueblos predicando estas virtudes, sino que promete que él solo, con su pureza, con su incorruptibilidad, con su voluntad inquebrantable, desatará el cambio moral –que, por su dimensión, puede describirse como un cambio espiritual– que necesita México para salir del marasmo.

Muchos mexicanos están a la espera de ese prodigio. El problema es que tarde o temprano se darán cuenta de que no es así como suceden los milagros. No es esa futura desilusión, sin embargo, lo que más me preocupa. Lo que me inquieta es que mientras el nuevo régimen se ocupe de la anunciada regeneración moral, nos diga que la libertad y la justicia pueden esperar.

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