Aristóteles, Platón y Marianela

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado Foto: larazondemexico

La mala suerte hizo que el centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós coincidiera con la malhadada pandemia. A falta de festejos, nos queda leerlo y releerlo, que siempre es un deleite. De sus novelas, la más admirada es Fortunata y Jacinta, pero la más popular es  Marianela.

La trama de Marianela es sencilla. En un pueblo minero de Asturias, vive un muchacho ciego de nacimiento llamado Pablo. El joven es bien parecido, de buena familia, educado con esmero. Marianela es su lazarillo. La muchacha es malhecha, rústica y humildísima. Todos los días Pablo y Marianela salen al campo a dar largos paseos. Pablo se enamora de la niña: de su pureza, su alegría, su humildad. Ella lo ama con intensidad. En eso llega un célebre oculista al pueblo. El médico trata a Pablo y logra lo que parecía imposible: dotarlo de vista. A Pablo se le abre un nuevo mundo. Marianela sabe que cuando Pablo la vea se dará cuenta de su fealdad. Decide ocultarse. Pablo pregunta por ella, pero él ya no tiene más ojos que para su hermosa prima Florentina. Por fin, después de varios días, llevan a Marianela a casa de Pablo. Él la ve pero no la reconoce. Cuando la toca descubre su identidad. Su sorpresa es mayúscula. Marianela no puede soportar la mirada de lástima de su amado y ahí mismo muere de tristeza.

La novela de Galdós plantea un antiguo debate filosófico acerca de la naturaleza de la belleza. Hay una escuela, que procede de Aristóteles, que sostiene que lo bello es atributo de un conjunto de partes que forman una unidad que nos impacta con placer por su armonía, su simetría, su gracia. Hay otra escuela, que procede de Platón, que sostiene que lo bello es lo que nos lleva hacia la verdad, el bien, el encuentro con Dios.

Cuando era ciego, Pablo tenía una concepción platónica de la belleza. En un diálogo memorable con Marianela, él le dice así: “anoche leyó mi padre unas páginas sobre la belleza. Hablaba el autor de la belleza y decía que era el resplandor de la bondad y de la verdad”. Esta belleza, dice Pablo, “no se ve ni se toca, ni se percibe con ningún sentido”. Entonces, sin dudar, le dice a Marianela que ella es la persona más bella que jamás ha conocido. Ella lo escucha sin quedar convencida. Mira su reflejo en un estanque. Se ve tal como es: raquítica, desabrida, con la tez manchada. “¡Madre de Dios , qué feísima soy!”–exclama.

La moraleja de la triste historia de Marianela es que hay una ceguera nos permite conocer la belleza invisible. Cuando nos embelesamos con los datos de los sentidos, dejamos de percatarnos de las cosas realmente bellas, para confundirlas con las cosas simplemente hermosas, bonitas, simpáticas, agradables, deleitosas, fragantes y armoniosas.