En febrero de este año, Giorgio Agamben se atrevió a lanzar algunas críticas del manejo de la pandemia del Covid. Lo que el filósofo italiano afirmaba era que la pandemia estaba siendo un pretexto para limitar de facto las libertades democráticas instauradas de jure. Lo mismo había sucedido años atrás, nos recordaba, con la amenaza del terrorismo global. Ante el peligro invisible, varios gobiernos declararon un estado de excepción que se prolongó de manera indefinida una vez pasada la emergencia.
Casi de inmediato, se lo acusó de ser un irresponsable. En vez de aceptar las medidas sanitarias, Agamben se atrevía a poner en duda los motivos detrás de las acciones de los gobiernos. Se llegó incluso a decir que Agamben afirmaba que la pandemia era un invento, pero lo que él denunciaba era la manera en la que el fenómeno de la pandemia se había construido desde el poder. Ahora, varios meses después, podemos comprobar que el filósofo tenía, por lo menos, algo de razón.
La pandemia ha tenido un efecto político negativo: ha dejado de considerar a las personas como ciudadanos de un estado democrático para concebirlos como pacientes de una sociedad en estado de emergencia sanitaria.
Las diferencias entre la condición de ciudadano y la de paciente son inquietantes. El ciudadano es activo: opina y decide. El paciente, en cambio, es pasivo: escucha y obedece. Los ciudadanos pueden discrepar, resistir, rebelarse incluso. Al paciente no se le permite desobedecer. Debe acatar lo que se le indica. Llega a tratársele como un discapacitado, un ignorante, un papanatas. Bajo la consigna de que es “por su bien”, al paciente se le miente, se le ignora, se le mueve como si fuera un bulto. Para colmo —y para triste pleonasmo— el paciente debe tener mucha paciencia, aceptar con resignación los tiempos que le marcan su enfermedad y su tratamiento.
La pandemia ha sido un hiato en la vida democrática global. Ahora las personas no están para opinar, decidir y actuar, sino para seguir las reglas fijadas por las autoridades. Esta restricción de la democracia durante la pandemia va en línea con la que se ha hecho en otros planos. Se supone que hay decisiones que la sociedad no puede tomar de manera responsable porque sólo los especialistas pueden hacerlo. Así como en una pandemia los médicos nos dicen qué hacer, en una guerra son los generales a quienes debemos obedecer, pero también se supone que en tiempos de paz debemos acatar lo que los economistas de los bancos centrales autónomos determinen o lo que dicten los juristas de las cortes supremas. Todas esas decisiones se sustraen del debate democrático. De esta manera, los tecnócratas deciden “por nuestro bien”, porque supuestamente nosotros somos incapaces de tomar las mejores decisiones.
Como se recordará, aquí en México un grupo de autodenominados especialistas propusieron una Guía Bioética que pretendían que fuera de observancia obligatoria en los hospitales. En esta Guía se ofrecían criterios para seleccionar a las personas que tendrían tratamiento en las salas de urgencia. El escándalo producido por la Guía fue mayúsculo. Al final quedó como un documento sin fuerza jurídica. De un tiempo acá, algunos de los autores de la Guía Bioética se han quejado amargamente de que la discusión en torno de ella se politizó. Parece que ellos hubieran querido que la sociedad no opinara, es más, que ni siquiera hubiera sabido de la existencia del documento hasta que se hubiera promulgado en el Diario Oficial. Como sabemos, no sucedió así. Por un desliz, se hizo pública una versión del documento y la sociedad —acompañada del grueso de la comunidad filosófica— se pronunció decididamente en contra de los criterios éticos en los que estaba basado. Ahora podemos decir que fue una fortuna que la discusión sobre la Guía Bioética se hubiera politizado. Se evitó juzgar con criterios equivocados acerca de la vida y la muerte de los enfermos graves de Covid-19.
Nadie niega que las decisiones sobre temas de salud pública deban estar informadas y estar basadas en el conocimiento científico. Lo que no podemos aceptar es que la democracia se haga un lado en momentos difíciles. La democracia no es un lujo que se da una sociedad cuando todo marcha de maravilla.