Ramón de Campoamor es autor de la celebérrima sentencia: “Nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”. Esta máxima no es verdad ni mentira, de acuerdo con lo que ella misma sostiene, pero a veces nos resulta útil para lidiar con las vicisitudes de la existencia.
Vecino cercano de ese apotegma sería el siguiente: “Nada es bueno ni es malo, todo es según el color del cristal con el que se mira”. ¿Es verdadera esta segunda máxima? ¿Acaso no hay cosas completamente buenas o malas en el universo? He aquí uno de los grandes enigmas de la vida moral. Para comenzar a rondarlo conviene recordar una narración relevante.
Hay un cuento de Francisco Rojas González que trata de un niño tuerto del que se burlan cruelmente los demás chamacos de su pueblo. La madre, desesperada, va con su hijo al Santuario de San Juan de los Lagos para rogarle a la Virgen que paren de molestarlo. Durante las fiestas, un cohetón le pega al niño en su ojo sano y lo deja ciego. La madre, feliz, le dice a su hijo que la Virgen les ha concedido el milagro. El niño no entiende: antes era tuerto y ahora está ciego. Pero la madre, con una lógica irrebatible, le dice: “Cuando te vean en el pueblo, todos quedarán chasqueados y no van a tener más remedio que buscarse otro tuerto de quien burlarse… Pero tú, hijo mío, ya no eres tuerto”.
El cuento del niño tuerto ilustra otro refrán –del que ya me he ocupado en esta columna– que resume toda una lección de vida: “No hay mal que por bien no venga”. Quien sabe vivir es capaz de encontrar, en medio de la calamidad, las ventajas, por pequeñas que sean, del mal acontecido. Quienes dominan este arte son capaces de hacer de toda derrota una victoria, por pequeña que sea.
Es importante distinguir la máxima de que nada es bueno o malo sino de acuerdo con la opinión subjetiva, de la de que no hay mal que por bien no venga. La primera afirma que las cosas no son, en sí mismas, ni buenas ni malas, es decir, el bien y el mal son relativos. La segunda no es relativista, concede que hay cosas buenas y cosas malas, pero que de las malas se pueden desprender algunas buenas. Quedarse ciego es un mal en sí mismo, pero para el niño del cuento de Rojas González, ese mal le trajo un bien inesperado: dejar de ser un objeto de burla.
La pandemia ha traído muchas desgracias. Sin embargo, hay que tener la inteligencia para descubrir, incluso en el peor escenario, el provecho imprevisto que pueden conllevar nuestras pérdidas. Hay que apoyarnos en esas ventajas, cuando sea posible, para levantarnos de la catástrofe.