Somos millones las madres de Danna

GENTE COMO UNO

Mónica Garza larazondemexico

A mi hija Matilda, con el inmenso amor con el que honro cada centímetro de su cuerpo tatuado.

“Pero la niña también traía tatuajes por todos lados”. Fueron las palabras —que me siguen taladrando la mente y el alma— con las que el fiscal de Baja California, Juan Guillermo Ruiz Hernández, se refirió, sentenció, estigmatizó y revictimizó a Danna Reyes, la joven de sólo 16 años que fue asesinada y calcinada en Mexicali.

Escuchar el comentario me horrorizó como ciudadana, como periodista, pero sobre todo como una de las millones de madres que en este país tenemos una hija que lleva varios tatuajes en el cuerpo.

No importa cuántas disculpas más ofrezca el funcionario por sus dichos, ya quedó como una dolorosa referencia de lo que en realidad desde la “justicia” tantos piensan: hay feminicidios “con justificación” y una de ellas pueden ser los tatuajes… ¡Qué horror!

El fiscal de Baja California violó un principio elemental: el combate a la violencia de género tiene que ver con las acciones de las autoridades en materia de prevención, investigación, capacitación y aplicación de la ley con perspectiva de género; JAMÁS con las características físicas de la víctima.

El 3 de diciembre pasado, la Suprema Corte de Justicia de la Nación publicó una tesis en la que señala que el uso de tatuajes está protegido por los derechos a la libertad de expresión y al libre desarrollo de la personalidad, razón por la que NO pueden ser motivo de discriminación y en entidades como la Ciudad de México, Querétaro, Aguascalientes, Coahuila o Hidalgo, entre otras, un acto semejante es sancionado por la ley.

De acuerdo al Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, en México 1 de cada 10 ciudadanos está tatuado, es decir son cerca de 12 millones de personas, mujeres y hombres, quienes han optado por estos procedimientos estéticos.

Esta cifra coloca a nuestro país como el primero en América Latina en esta industria, que además genera ingresos superiores a los 450 millones de dólares, por lo que es innegable que el tatuaje, además de haber marcado ya a una generación, más allá de la moda, es una fuente de trabajo dentro de un modelo de negocio inmensamente lucrativo.

Los tatuajes además cobran otra dimensión cuando van más allá de una función decorativa, cuando entran en el terreno de la reconstrucción visual de una parte del cuerpo, por ende de la autoestima de quien lo porta, y me refiero a las mujeres que de esta forma han cubierto las cicatrices de una cirugía tan traumática como puede ser una mastectomía por cáncer de mama.

Mujeres protestan en contra de los feminicidios, el pasado 21 de agosto.

En muchos sentidos los tatuajes ya forman parte de nuestra cotidianidad y ni siquiera lo notamos. Para una parte de la sociedad ya son una forma de vida y de identidad. No es un sello del “mal”, ni de la delincuencia, ni de ninguna incapacidad para formar parte de una sociedad con derechos, el primero de ellos, a la vida.

De acuerdo a la última Encuesta Nacional sobre Discriminación, alrededor del 30% de las personas con tatuajes se han sentido discriminadas y el 70% de las quejas por discriminación por tatuajes que recibe el Consejo Nacional para Prevenir y Erradicar la Discriminación, ocurrieron en el ámbito laboral.

La bolsa de trabajo OCC realizó una encuesta en la que el 65% de los entrevistados señaló que en la empresa en la que trabajan se discrimina a las personas tatuadas.

Por eso se creo en México, Mi Capacidad No es Tatuada, Es Demostrada, una asociación civil creada por jóvenes que por sus propios medios y con experiencias personales, trabajan para combatir la discriminación hacia las personas tatuadas, perforadas o con cualquier tipo de modificación corporal.

Brindan información a través de talleres y en caso necesario ofrecen acompañamiento legal a las personas que han sufrido discriminación o criminalización por tener tatuajes y deciden denunciarlo ante las autoridades. Aunque a veces lo parezca, no están solos.

Y es que imagínense lo desolador que resulta pensar que, si se condiciona a la sociedad desde la autoridad, a discriminar a una persona por tener tatuajes, o a justificar un feminicidio por esa misma razón, en México ahora sí la discriminación y la impunidad terminarán por tragarnos.

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