Recuerdo un durísimo artículo de Elena Poniatowska del 9 de junio de 2019 contra el actual Gobierno, por recortar recursos al combate y prevención de incendios forestales. Luego, el 16 de ese mes leí una entrevista a ella acerca de los problemas económicos de su fundación, donde decía confiar en que los recortes a la cultura se iban a resolver. El 10 de julio la escritora ya visitaba cariñosamente a AMLO en Palacio Nacional.
Con la desaparición de los fideicomisos públicos, es decir, la prohibición de que las instituciones tengan sus guardaditos, el arte y la ciencia estarán más sometidos a los premios y castigos que les impongan Hacienda y el Presidente. Complementario al “No pago para que me peguen”, operará el “Te pego para que me pagues”.
El domingo pasado, Elenita entrevistó a Fabrizio Mejía Madrid. “El momento del país exige definirse en favor o en contra de los cambios”, dijo éste, y agregó que muchos firmantes del desplegado de los 650 por la libertad de expresión están alimentando una “atmósfera golpista”. “Las aguas se han partido”, sentenció Fabrizio en tono mosaico, acorde con lo que Krauze le ha atribuido a AMLO: una actitud mesiánica.
Yo rechazo tajantemente querer “regresar a las masacres y al saqueo de la nación”. Firmamos por la libertad y por la justicia. Que suscribieran Diana Bracho, Humberto Mussachio, entre tantos otros, no cambió un ápice sus biografías. Hoy volvería a estampar mi nombre, por las causas ambientalista, feminista y no por el subsidio pero sí contra la estigmatización maniquea de dos revistas (por cierto, Aguilar Camín me tiene bloqueado desde hace años en Twitter).
La lección de Albert Camus en su libro El hombre rebelde es que debemos emanciparnos de la torpe idea que une la transformación social con el autoritarismo (aunque está por verse si la 4T, desmanteladora de instituciones y adicta a la economía fósil, es una transformación). Claro, también están pensadores como Alain Badiou que cree que la clase media que dice no tomar partido, en un momento definitorio en el que se avisora un cambio, en realidad toma partido por los explotadores. La polarización sería inevitable cuando se implementa un proyecto de transformación social profundo. Esta conclusión constituiría una verdad universal, válida supuestamente tratándose de las grandes reformas del emperador Wou en el 81 a.C. o en los 60 y 70 con Mao Zedong.
Pero el argumento de Badiou es reversible. Sirve como legitimación del autoritarismo, sea cual sea su signo. Ni Pinochet, ni Castro; ni Stalin, ni Hitler son simplemente políticos aplicando “verdades universales de la política”. Semejante conclusión sería aberrante, por razones históricas y éticas. Las figuras de Lázaro Cárdenas, de Lula o de Mujica nos prueban que es posible emprender transformaciones sociales sin autoritarismo. Sin golpear a los disidentes con el control del gasto. Detrás de las frases grandilocuentes sobre la justicia social vemos imponerse el favoritismo y el uso faccioso del dinero público.