No hay una respuesta irrefutable a la pregunta sobre cuál es el número ideal de partidos en México. Personalmente, debo decir que me gustan más los sistemas de partidos compactos porque, en principio, mientras menos sean, es más sencilla la identificación de las plataformas, la evaluación y rendición de cuentas y su solidez institucional.
Hay quien sostiene con argumentos que un sistema bipartidista, por poner un caso, no reflejaría adecuadamente la pluralidad política mexicana. La respuesta más correcta es que deben existir tantos partidos como los ciudadanos decidan con su organización y votos.
Lo que vimos en días pasados fue una clara involución en el sistema de partidos en México, como si estuviéramos volviendo al más puro régimen hegemónico priista de mediados del siglo pasado. Es cierto: no es la primera vez, en los últimos treinta años, que nuestro sistema partidario cuenta con dos dígitos; ya en 2000 y 2003 tuvimos incluso 11 partidos nacionales en contienda. Pero lo cierto es que no había sucedido, al menos desde 1985, que tantos partidos políticos pequeños (al modo de satélites) giraran en torno al partido en el poder. Igual que en su momento pasó con el PPS, el PST y el PARM alrededor del PRI, en 2021 podremos decir que serán hasta 5 las “lunas” de Morena: ya giran ahí el PT y el PVEM; hace unas semanas el INE regresó al PES (con otro nombre, claro) al sistema; y en días recientes, el Tribunal Electoral obsequió el registro a dos nuevos partidos más, de los que “todo mundo” sabe que tienen también alianzas con el grupo gobernante. Y mientras tanto, a la única organización claramente opositora (México Libre) se le negó el registro con argumentaciones de la mayoría realizadas a modo y sin coherencia con el resto de las resoluciones emitidas ¡el mismo día! Sin duda esas sentencias del Tribunal Electoral darán mucho de qué hablar.
Al igual que en el caso de la Corte y el voto a favor de la constitucionalidad de la consulta sobre el juicio a los expresidentes, se suman al haber de la justicia estos fallidos fallos del Tribunal Electoral. Nadie, por supuesto, pretende que las autoridades electorales o la Suprema Corte asuman un papel opositor o partidista en la vida pública. Sencillamente se trataba de que cumplieran con sus roles constitucionales. Pero para como quedó el nuevo sistema de partidos, es imposible pensar sin malicia en los resultados finales. Se dirá que los tres “partidos nuevos” sólo tienen el incentivo de alcanzar el 3% de los votos en la próxima elección de diputados federales para mantener el registro y que es pura casualidad que sean afines al gobierno. Pero pareciera más bien que la justicia se aflojó la venda de los ojos con la que suele ser representada y quiso inclinar (más) la balanza hacia uno de los lados. Y es que la obtención o pérdida de registro como partido político es un asunto que compete a miles o millones de ciudadanos. Pero aquí, como vimos, puede que los únicos que acaben contando sean sólo un bloque mayoritario de cuatro magistrados.
A veces la política genera curiosas coincidencias y extraños compañeros de viaje. ¿O no?