El golpe de realidad al discurso oficial ocurrió el domingo por la noche, cuando el doctor Ruy López Ridaura, director del Centro Nacional de Programas Preventivos y Control de Enfermedades (Cenaprece) del Gobierno federal, reveló que existen más muertes asociadas a Covid-19 que aquellas que se actualizan a diario y que hoy rebasan las 90 mil.
Las autoridades sanitarias deben comparar, a través de actas de defunción, la tasa de mortalidad nacional y este año resultó con un excedente de 193 mil decesos, de los cuales el 72 por ciento, es decir, 139 mil, están asociados al Covid-19.
Esto significa que, si la cifra oficial de 90 mil muertes a causa de la pandemia se ubicaba 50 por ciento por arriba del peor pronóstico del doctor López-Gatell, quien habló de 60 mil fallecimientos —en un escenario catastrófico—, la cifra real, o al menos la que se aproxima más a la verdad, también oficial, es de más del doble de aquellas prospecciones imaginadas y actualizadas sobre la marcha por el zar en la lucha contra la pandemia. 139 mil muertos y contando.
El informe del domingo por la noche, embozado en el fin de semana, detalló también las muertes de más, distribuidas por género, edad y por entidades de residencia. Pero lo más importante fue que reveló que, por donde se mire, el manejo integral de la pandemia está lejos de poderse presumir como exitoso; que la retórica oficial en el talk show diario del rockstar López-Gatell no se ajusta a la realidad.
O peor, que la terca realidad no se ciñe al decreto de optimismo transformador que busca hacer propaganda guardando cadáveres en el clóset. Este año, el Día de Muertos es todo el año.
En 2020 el exceso de luto tiene números y no existe, hasta el momento, consuelo para millones que, creyendo o no en la letalidad del SARS-CoV-2, convencidos o no de la responsabilidad colectiva que implica utilizar un cubrebocas, acudir a tiempo a los centros de salud o atender los protocolos sanitarios en la reapertura de las actividades económicas, hoy extrañan a alguien.
La esperanza de una pandemia mansa y domada, prácticamente desde el principio, que no sería mucho más que una gripe y que su peligrosidad era incluso menor a la de la influenza estacional, se perdió. La nueva vendimia política es la vacuna contra el Covid-19 de la que, nos dicen, tendremos muchas y desde temprano; tan pronto como sus desarrollos terminen imaginamos a medio México vacunado antes de las elecciones de 2021.
Expertos prevén, en sus mejores escenarios, que hacia marzo o abril iniciaría la aplicación de alguno de estos inoculantes de manera limitativa a personal médico y a grupos muy selectos de población vulnerable. Los jóvenes no verán una vacuna en 2021. La expectativa va a provocar mercados negros, tráfico de influencias y desilusión. Pero en todo caso ello sucederá después, no antes de la elección. Control político y no sólo sanitario o económico de una pandemia infinita.