Me robaré una idea de Ulises Carrión para decir que los libros no se escriben, se hacen. Lo que hacen los escritores es escribir textos que, después de un proceso que puede ser delicado y fascinante, toman la forma de un libro. Como todo artefacto, el libro es producto de una historia que su depositario (el lector) suele ignorar. Y está bien que así sea: se trata de un trabajo deliberadamente invisible, aunque detrás de él estén las lágrimas, el sudor y la sangre de una figura crucial: el editor.
¿Qué es un editor? ¿Qué hace? Me lo han preguntado cientos de veces y no creo haber dado nunca una respuesta convincente, pero ahora se me presenta una respuesta perfecta en forma de libro: Una vocación de editor, escrito por Ignacio Echeverría y publicado por la aún flamante editorial Gris Tormenta. En este libro, Echeverría describe, con perfecta equidistancia entre el crítico literario y el amigo, la trayectoria del editor Claudio López Lamadrid (Barcelona, 1960-2019). Dicha trayectoria es la respuesta a la pregunta que abrió este párrafo, pues Claudio concentró en su persona, desde joven y hasta su prematura muerte, todas las facetas requeridas para que un editor lo sea de veras, desde el conocimiento de las tareas más básicas hasta el buen manejo del poder que puede concentrarse en un director de alto nivel; desde la experiencia en la edición independiente hasta moverse con comodidad en el epicentro de un gran grupo editorial; desde el instinto comercial hasta el olfato puramente literario; desde la necesaria resignación ante ciertos títulos y decisiones hasta la también necesaria locura de apostarlo todo a una carta rara. Fogueado en las oficinas de Tusquets cuando esta editorial era desconocida, curtido en las castigadas aguas del freelance y finalmente curado en el trasatlántico editorial que es Penguin Random House, Claudio fue un editor de cepa, acaso una figura que tiende a desaparecer, culto, curioso, cercano a sus autores, temible, evasivo, a veces irascible y a veces cariñosísimo, construyendo un catálogo impresionante desde una pequeña y entrañable oficina en Barcelona. Decíamos que el escritor escribe textos y el editor los con-vierte en libro: el arco de esa transfiguración es amplio y está muy bien descrito por Echeverría, por su cercanía con López Lamadrid y por su propia vocación de lector profesional. Vale la pena rescatar, de todas las etapas del proceso, aquella que era más valiosa para Claudio: la de la edición del texto y trabajo con sus autores, es decir la del editor con acento en la e, en su acepción anglo. Qué terrible tener que destacar hoy lo que parece obvio, pero es un hecho que la inmersión cuidadosa en el texto es una faceta que suele descuidarse. Cuando Claudio murió sorpresivamente, hace un año, los que lo conocíamos supimos que el mundo de la edición en español perdía a uno de sus grandes protagonistas, uno que supo no ser un protagonista hacia afuera, desaparecer sin dejar rastro, como solía hacerlo de las reuniones que rápida-mente lo atormentaban. Gris Tormenta hace bien en rescatar su legado, y lo hace en un pequeño y amable libro en donde se juntan las voces de un lector (Echeverría), de un autor (Emiliano Monge) y de un extraordinario editor que nos sigue hablando a través de los libros que orquestó.