En las conversaciones se oye con frecuencia aquello de que este año ha sido insólito y que en el futuro lo recordaremos como un parteaguas en nuestra existencia. ¡El año que no fuimos a la escuela! ¡El año en que tuvimos que cerrar el negocio! ¡El año en que murió la tía de neumonía! Y así, muchas otras expresiones contundentes que marcan un antes y un después en nuestras vidas.
Llama la atención que ya estemos pensando en 2020 en retrospectiva, cuando todavía faltan cincuenta y un días para que acabe. Quizá porque ya queremos que termine de una buena vez, aunque no haya esperanza de que el 1 de enero las cosas vayan a ser distintas. O quizá porque la experiencia vital de este año nos permite verlo, por así decirlo, a la distancia, aunque todavía estemos metidos en él hasta el cogote.
Ramón Xirau hablaba del tiempo vivido. No del tiempo cronométrico, el que marcan los relojes y los calendarios, sino del tiempo en el que estamos insertos de manera individual y, además, colectiva. Podría decirse que cada quien tiene su propia experiencia del tiempo, una vivencia incompartible, pero también podríamos hablar de una experiencia del tiempo compartida, que reconocemos como una vivencia en común. Eso ha sido 2020. Cada quien tiene su propia narración, pero las historias individuales se entrelazan hasta convertirse en una especie de tapiz en donde somos capaces de encontrar el hilo de nuestra singularidad.
Le cuento mi experiencia de este tiempo vivido con la advertencia de que he tenido la suerte de no haber sufrido ninguna desgracia.
Cuando empezó la cuarentena, los días se nos hicieron larguísimos. Las primeras semanas parecieron eternas. Fui a comprar provisiones para un mes, pensando que con eso sería suficiente. Me acabé las latas y las botellas y caí en cuenta de que mis cálculos habían sido erróneos. No volvimos a la normalidad un mes después y ni siquiera seis meses más tarde. En un segundo momento, la anormalidad comenzó a convertirse en la nueva normalidad. Entonces entramos en una especie de suspensión de la temporalidad. Nos sentíamos flotando a la mitad de un año que parecía extenderse indefinidamente. Los días pasaron y, de repente, nos dimos cuenta de que ya faltaba poco para que terminara octubre. Salimos del letargo y 2020 comenzó a avanzar a marchas forzadas. En este tercer momento, la velocidad del tiempo vivido se aceleró. Como un autobús que iba a vuelta de rueda y de repente volara por las calles. A este ritmo frenético, llegaremos al 31 de diciembre en un abrir y cerrar de ojos.
Pasarán los años y nos haremos más viejos. Sin embargo, puedo apostar a que en el futuro, cuando encontremos a cualquiera de nuestros contemporáneos, siempre podremos comenzar una conversación con la pregunta: “Y tú, ¿cómo viviste el 2020?”.