La derrota republicana

VOCES DE LEVANTE Y OCCIDENTE

Gabriel Morales Sod
Gabriel Morales Sod Foto: larazondemexico

Pocos creyeron que pudiera pasar. Las probabilidades estaban en contra. Para tomar el Senado, los demócratas necesitaban esta semana ganar no sólo una, sino dos elecciones especiales en Georgia, un estado que hasta hace pocos años era profundamente republicano y conservador.

Sin embargo, Jon Ossoff y Raphael Warnock lograron lo que parecía imposible, venciendo a sus oponentes republicanos y otorgándole al Partido Demócrata el poder absoluto en el país (la Presidencia, la Cámara de Representantes y ahora el Senado). La derrota fue tan profunda, que el día de ayer cientos de manifestantes y gobiernos ocuparon el capitolio estadounidense en uno de los momentos más bajos en la historia de esta democracia.

Desde que Hillary Clinton perdiera por sólo unos cuantos miles de votos en 2016, Georgia se convirtió en uno de los nuevos centros de la batalla política estadounidense. Tres cambios demográficos transformaron paulatinamente el estado hasta la victoria de Joe Biden en las elecciones de noviembre. En primer lugar, la emigración de miles de residentes de otros estados, la mayoría jóvenes con altos niveles de educación al área metropolitana de Atlanta. En segundo, la ola de mujeres blancas con altos niveles de educación en los suburbios de las grandes ciudades en Georgia que, en reacción a la presidencia de Trump, dejaron el Partido Republicano; y, en tercer lugar, el aumento de la participación electoral de los votantes afroamericanos en el estado. Cabe destacar que si bien los dos primeros cambios fueron naturales, el tercero fue resultado de una intensa campaña política liderada, entre otros personajes, por la exlíder del congreso local Stacey Abrams. El Partido Demócrata gastó millones de dólares en el estado, en particular registrando a votantes negros y latinos y llevándolos a las urnas, como no lo había hecho desde hace muchos años.

La victoria de los dos nuevos senadores tendrá implicaciones profundas en la política estadounidense. Por primera vez desde el primer periodo de Obama (2008), los demócratas tendrán el poder de pasar una ambiciosa agenda que podría incluir, entre otras cosas, un aumento significativo de la cobertura de salud nacional, un generoso paquete de estímulo económico para salir de la crisis actual y reformas para cumplir con los objetivos del Acuerdo de París para detener el cambio climático. Empero ninguna de estas reformas será fácil. El Senado se encuentra en este momento empatado (50-50); es decir, que será necesario el voto de la vicepresidenta Harris para otorgar victorias legislativas a los demócratas. Si el partido estuviera unificado, esto no sería sino una simple molestia. Sin embargo, un número reducido aunque poderoso de senadores demócratas, que proviene de estados conservadores, no necesariamente se atendrá a los deseos del ala progresista. Es decir que aunque Biden podrá aprobar con facilidad a sus candidatos a distintos puestos gubernamentales, en el caso de leyes ambiciosas, el Partido Republicano usará toda su fuerza para convencer a los demócratas más a la derecha de votar con ellos. La victoria de Ossoff y Warnock, en resumen, no garantiza cambios importantes en el país; no obstante el presidente Biden tendrá que hacer un esfuerzo para aprovechar esta inesperada situación y promulgar leyes que sus votantes esperan con ansias. De otra manera, el presidente se encontrará de nuevo en dos años con un congreso dividido, resultado de la falta de acción de los demócratas, quienes ahora no tienen ningún pretexto ante sus electores.

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