Por las redes pasan interesantes y polémicos debates y un sinfín de banalidades, diríamos que se vale. En el camino se insulta y se apela a través de ellas a la libertad, lo cual es al final un pretexto.
Donald Trump ha sido una de las personificaciones de ello. A lo largo de los últimos 4 años y más, igual ha utilizado su Twitter para informar que para denostar e incitar a la violencia. Argumenta que está en la libertad de hacerlo pasando a segundo plano el contenido que en muchos casos es agresivo, irrespetuoso llegando a menudo al insulto.
Nuestro país ha sido parte de sus diatribas, las cuales no han merecido para el Gobierno una respuesta, se ha contestado con evasivas o argumentos como “no nos vamos a meter en esos temas”.
La libertad de expresión es un derecho relativo. La libertad no significa que se puede decir lo que se quiera, a quien quiera y como se quiera. En las redes sociales si bien existe algo así como juego libre y abierto no por ello carece de reglas, escritas y no escritas, las cuales norman su dinámica.
La canciller alemana, Angela Merkel, habló recientemente sobre los términos de la libertad: “A todos aquellos que dicen que no pueden expresar sus opiniones, les digo: que si das tu opinión debes asumir el hecho de que te pueden llevar la contraria, expresar una opinión tiene sus costos, pero la libertad de expresión tiene sus límites. Esos límites comienzan cuando se propaga el odio, empiezan cuando la dignidad de otra persona es violada”.
El Estado debe garantizar la libertad de expresión en un marco constitucional. El debate sobre si Facebook, Twitter e Instagram tienen la autoridad para cerrar la cuenta de Trump tiene que ser entendido y contemplado, entre otros elementos, desde la óptica que son empresas privadas.
Tienen, bajo este régimen, la autoridad para decidir qué hacer respecto a los contenidos. Quienes estamos en ellas sabemos que hay reglas, al final se está en la libertad de integrarse o no bajo el reconocimiento y conocimiento de que hay normas.
Los reclamos, si bien forman parte de un muy interesante debate, deben ser contemplados bajo estas circunstancias. Lo que desde hace tiempo es evidente es que no se puede seguir bajo el actual estado de las cosas, el caso Trump ha puesto al descubierto los muchos hoyos que se han ido creando en las redes.
A López Obrador le puede molestar la “prepotencia y arrogancia” de Mark Zuckerberg, pero la cabeza de Facebook está en su derecho de decidir los términos operativos de su empresa. No se pasa por alto que el millonario personaje no metió las manos en los contenidos durante mucho tiempo y ahora por alguna razón lo hace.
Esto no deriva en colocar a Trump como mártir, pero en este caso las cosas se están midiendo con otra vara. Existen ejemplos de personajes públicos que han utilizado de manera agresiva, vil e irrespetuosa, para decir lo menos, las redes.
Pudiera ser que López Obrador en este lance se vea a sí mismo. Independientemente de ello, tiene algo de razón respecto a la decisión en el caso Trump. No se soslaya que bajo esta lógica si se lo hicieron a Trump no sería sorpresivo que también se lo hicieran a él.
Lo que es un hecho es que Trump agredió, insultó y violentó, se le ha acusado incluso de sedición, usando las redes sociales desde su posición de poder, lo cual trajo graves consecuencias.
Va de nuevo una pregunta recurrente. ¿Hasta dónde llegan los límites de la libertad de expresión? ¿Hasta dónde se puede apelar a ella para convocar a la violencia, al odio y la polarización?
Lo que debe estar claro es que poner reglas, establecer límites y respetarnos no es un acto de censura.
RESQUICIOS.
Desaparecer o cooptar los organismos autónomos a dependencias oficiales colocarán todo en estructuras de gobierno, las cuales serán jueces de lo que ellas hacen. Va de nuevo: si hay manzanas podridas por qué no cortarlas y fortalecer el árbol, de no ser que quieran concentrar el poder y tener el control de todo.