Cuando las palabras siembran odio

SIN MIEDO

Josefina Vázquez Mota Foto: larazondemexico

Los simpatizantes del aún presidente de Estados Unidos estaban frente al Congreso norteamericano haciendo uso de las instalaciones con violencia, arremetiendo con armas largas contra todo aquel que desde su perspectiva no defendía el triunfo de Donald Trump.

Los hechos hacían eco de las miles de palabras y mensajes de odio, polarización y mentiras que su líder máximo fue sembrando cotidianamente y que logró llegar a la cúspide de sus consecuencias ese 6 de enero, mientras escalaban los muros del Capitolio y daban cuenta de la brutalidad y barbarie que eran capaces.

La palabras tienen consecuencias, y pronunciadas una y otra vez por quien detenta el poder logran sembrar en el ánimo de millones de seres humanos actitudes racistas, xenofóbicas, irracionales y capaces de las peores atrocidades.

Octavio Paz tenía razón al afirmar que “la violencia verbal no es inofensiva, pues de la violencia verbal se pasa fácilmente a la violencia física”. La normalización de la violencia, el odio, el linchamiento y juicios sumarios a quienes se clasifica en el cajón de los enemigos son ya parte de nuestro paisaje político cotidiano. Las palabras de odio tienen consecuencias porque hieren, lastiman, destruyen y refuerzan cadenas de fanatismo, odio y violencia.

Escuchaba en la radio a un experto en comunicación hablar sobre la “ignominia digital”, aquella que sufre el honor o la dignidad de una persona; los sinónimos de la ignominia son: la deshonra, el agravio, el descrédito, la humillación, calumnia y vejación. Esta ignominia vociferante que se transmite en tiempo real con alcances nunca antes vistos tanto por la cobertura de medios como por las nuevas tecnologías, prende miles de alarmas. Las lecciones del 6 de enero deben llevarnos al rechazo de acciones que siembren odio y resentimiento.

La cancelación de redes sociales al presidente del país más poderoso del mundo y la defensa al Capitolio, en especial al voto emitido en las urnas, han dado cuenta de la fortaleza institucional de Estados Unidos, del apego al Estado de derecho y a sus fundamentos democráticos.

Hoy sabemos que no hay democracia ni libertades a salvo cuando el odio y la destrucción se convierten en lo cotidiano, y se van metiendo en las venas y en el alma de miles de personas. El Holocausto dejó ver con toda crueldad que las palabras de odio asesinan y arrasan a generaciones completas. “Los eventos sirven como un importante recordatorio de los peligros de la polarización y el extremismo en la sociedad. Nunca debemos dar por sentado la democracia y sus instituciones”, dijo el israelí Gideon Sa’ar.

Lo sucedido en Estados Unidos no puede ser ignorado por nosotros en México, al contrario, debe ser considerado al tener una democracia joven que es vulnerable y porque nuestras instituciones están resistiendo fuertes embates para impedir su destrucción.

La historia nos ha enseñado que los instigadores mueren, pero el odio sembrado por ellos sobrevive por décadas e incluso, por cientos de años. De ese tamaño es el reto que hoy enfrentamos.

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