Brasil es el mayor país latinoamericano: ocho millones y medio de kilómetros cuadrados y más de 210 millones de habitantes. A pesar de que desde Hispanoamérica se tiende a excluir a Brasil de los análisis y las interpretaciones de la realidad continental, más vale atender a lo que sucede en esa nación, especialmente en momentos de crisis múltiple como el que vivimos.
El presidente de Brasil ha hecho algunas declaraciones, en las últimas semanas, que retratan la situación actual de América Latina. Luego de felicitar a último minuto a Joe Biden y justificar la negativa de Donald Trump a reconocer su derrota, en las pasadas elecciones presidenciales de Estados Unidos, Bolsonaro comenzó a replicar algunos gestos recurrentes del trumpismo.
En su pertinaz rivalidad con Joao Doria, gobernador de Sao Paulo, a quien acusa de querer llevar a Brasil al socialismo, el presidente cuestionó la aplicación, en ese estado, de la vacuna Coronavac, contra la Covid-19, desarrollada por el laboratorio chino Sinovac. Bolsonaro, como Trump, hizo una asociación automática entre el producto chino y el sistema comunista e intentó descalificarlo políticamente llamándolo “la vacuna de Doria”. Más recientemente, ha corregido la percepción, reclamando que la vacuna no debe ser un interés únicamente “paulista” sino nacional, aunque sin dejar de poner en duda sus efectos secundarios.
Hace unos días Bolsonaro se refirió una vez más al papel del ejército en Brasil. A su juicio, la oposición, toda la heterogénea oposición brasileña, busca la instauración del socialismo. De ahí que las fuerzas armadas, como en la Guerra Fría, sean la garantía del curso histórico de la nación. Para saber si un país es democrático o autoritario habría que preguntarle, primero que a nadie, al ejército, ya que sin éste es imposible un golpe de Estado. Parecía aludir Bolsonaro, indirectamente, al asalto al capitolio norteamericano, coincidiendo, en un giro revelador, con tantos en cierta izquierda latinoamericana que también ponen en duda que lo sucedido el 6 de enero en Washington fue un intento de golpe.
Pero lo que quería decir Bolsonaro es algo que ya ha dicho: que los golpes de Estado de un ejército están justificados si existe una amenaza de llegada al poder, por vía democrática o revolucionaria, de una izquierda socialista. Exactamente la misma racionalidad que se utilizó para legitimar el golpe militar de 1964 contra el gobierno de Joao Goulart. Jango, como llamaban sus seguidores a Goulart, fue, por cierto, un líder de la izquierda varguista que admiró el socialismo chino.
La operación discursiva por la cual Bolsonaro convierte a sus opositores en agentes pro-chinos y los disfraza de comunistas está copiada de Trump y el trumpismo. Pero la mentalidad que subyace a esa descalificación es sintomática de una contaminación entre geopolítica e ideología que se intensifica, desde hace años, en todo el espectro latinoamericano y caribeño.