Finalmente, Joseph R. Biden Jr. tomó protesta como el cuadragésimo sexto presidente de Estados Unidos; como preámbulo a esta simbólica, religiosa y también tortuosa transición de poder, observamos desconocimiento a los resultados electorales, que desencadenaron finalmente en acciones violentas con la toma del Capitolio, uno de los recintos más emblemáticos de nuestro vecino país.
Los medios estadounidenses, como en otras transiciones, estuvieron transmitiendo en todo momento los discursos de despedida de Donald Trump que, después del manotazo enviado desde el congreso sobre el juicio político al expresidente, fue eliminando frases como el robo de la elección hasta reducirse a destacar sus logros de gobierno y la promesa de regresar.
Siempre cuidadoso y entendiendo el papel que deberá jugar durante los próximos años, el presidente Biden hizo un llamado a la unidad, a tender puentes de entendimiento entre todos los estadounidenses y dejar de lado la división así como las descalificaciones.
Llama poderosamente la atención, cómo en cuestión de horas un país pasó a ser otro con un discurso de inclusión, de pacificación, que seguramente extrañaron cuatro años en el país vecino.
Sin duda las formas y mejores expresiones de la buena política prometen regresar a Washington; encarnada en la figura de Kamala Harris, con extraordinarias credenciales para imprimirle modernidad a los acuerdos parlamentarios, y a recomponer diversas relaciones que se mantuvieron lejanas de Estados Unidos ante una bélica tendencia de la administración anterior.
Las lecciones de esta conocida historia, es un aspecto obligado para quienes dirigen otras naciones; no hay supremacismos, no existen buenos y malos; cuando se gobierna un país se hace para todos los ciudadanos y no sólo para unos cuantos.
Pretender una sola visión para países tan diversos y construidos bajo migraciones, guerras, disputas violentas o profundas reformas, es dañar el elemento que logró brindar estabilidad a estos países: la unidad.
Es precisamente la unidad y el procesamiento de las transformaciones, a través del diálogo respetuoso y el convencimiento, como los países alcanzan avances en sus democracias. Los pleitos e imposiciones lo único que generan, tarde o temprano, son facturas con agravios que tarde o temprano se cobran.
Se enciende con Biden y Harris un faro de civilidad. Esperemos que su mensaje cale profundo, ya que del porvenir de nuestro vecino país del norte, impactará en una agenda que es prioritaria en México, como la comercial, la de seguridad, la migratoria y, ahora más que nunca, de cooperación ante la pandemia y crisis económica.
El discurso del presidente Biden y el proclamado por la vicepresidenta Harris, frente al monumento a Lincoln, tuvieron un profundo mensaje humano y donde las personas —y no el político al mando— vuelven a ser el eje central.
Biden y Harris lograron convencer con el valor del entendimiento, y los estadounidenses regresaron al poder a quienes deben devolver a la gente su papel protagonista y deben reconstruir la unidad.