El Kremlin contra Navalny

VIÑETAS LATINOAMERICANAS

Rafael Rojas larazondemexico

Los últimos fines de semana de este año ha habido manifestaciones multitudinarias en diversas ciudades de Rusia. El motivo es el reclamo de liberación del líder opositor Aleksei Navalny, encarcelado el pasado 17 de enero, cuando regresó de Berlín, ciudad en la que se recuperó de un envenenamiento que tanto él como sus partidarios, además de buena parte de la clase política europea, adjudican al gobierno de Vladimir Putin.

Las manifestaciones han provocado el arresto de unos tres mil ciudadanos, el primer fin de semana, y más de cinco mil, el segundo. La información sobre la realidad rusa que circula en América Latina es siempre muy deficiente y confusa. En la izquierda latinoamericana, específicamente, es muy difícil leer notas o artículos que reconstruyan el conflicto desde sus propios actores y demandas. Existe en el caso ruso, una visión, cultivada por el propio Kremlin y algunos de sus rivales occidentales, que subordina la realidad a la pugna geopolítica con Occidente.

En la izquierda bolivariana, la narrativa que predomina es que Navalny es un peón de Occidente o, más específicamente, del recién estrenado gobierno de Joe Biden, que busca una desestabilización del país euroasiático. Ese relato niega cualquier legitimidad a Navalny, ya sea a su defensa de intentos de envenenamiento o de constantes e injustas reducciones a prisión como a sus denuncias de la corrupción del propio Putin y su gobierno.

¿No hay nada de verdad en las denuncias de Navalny? Supongamos que el palacio que el opositor le atribuye a Putin es, en realidad, del magnate y amigo del mandatario Arkady Rotenberg. ¿No es ese lujo desenfrenado un retrato de la corrupción de una oligarquía que se ha enriquecido a costa de la pobreza y la desigualdad en muchas regiones de ese gran país? Es muy sintomático que medios públicos y privados rusos estén siempre ansiosos de revelar la corrupción política en las democracias occidentales, pero no concedan la menor credibilidad a las denuncias de enriquecimiento obsceno de los oligarcas amigos de Putin.

En vano buscará el lector latinoamericano alguna noticia sobre las recientes manifestaciones en medios como Telesur o Granma. Ahí el envenenamiento de Navalny, su estancia en Berlín, su arresto y las protestas, no han tenido lugar. En cambio, puede leer notas bastante explícitas en Página 12 de Argentina, donde se narra cómo los manifestantes lanzaban bolas de nieve a la policía rusa y ésta respondía con porrazos, o en la muy completa cobertura de Juan Pablo Duch en La Jornada.

La visión sobre ese conflicto ruso, en buena parte de la izquierda latinoamericana, como la que ahora mismo se está armando sobre el golpe de Estado en Birmania, refleja otra vez la subordinación acrítica a las lógicas de la geopolítica del siglo XXI. La represión del Kremlin contra Navalny se disuelve y, por tanto, se borra en una rivalidad entre Rusia y Occidente, en la que Putin cumple un papel pretendidamente heroico.

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