Sigue siendo sorprendente que la matanza del 22 de enero en Camargo, Tamaulipas, donde fueron asesinados y calcinados 19 migrantes, no cause una reacción mayor en el país y en el mismo gobierno.
Lo sucedido merece la atención oficial más que un discurso en que se plantea que no tiene que ver con San Fernando, lugar en donde hubo una matanza de migrantes hace cerca de 10 años y que costó la vida a 72 de ellos. Por donde se le quiera ver una matanza es una matanza y eso fue lo que pasó en Camargo.
Conversando con autoridades guatemaltecas y familiares de donde eran originarios los migrantes, se confirman los motivos de los migrantes, a pesar de los muchos riesgos que corren.
El hambre, la persecución política, la violencia y la desesperanza son las grandes variables que los llevan a hacerlo. Nadie migra por gusto, la decisión es acompañada de una necesidad y de la sobrevivencia.
Los migrantes son conscientes de lo que enfrentan. No sólo está el hecho de que estén expuestos a los “polleros”, quienes, al tiempo que los explotan, se convierten en una especie de esperanza, saben que van directo a la adversidad y al peligro.
Nos decía el obispo Raúl Vera que es claro lo que pasa desde hace mucho tiempo. Los migrantes enfrentan a la delincuencia organizada, a quienes se dedican a la trata de personas, a la explotación, vejación y está visto que también pueden ser asesinados y calcinados.
Lo que pasó en Camargo tiene que ver con una estructura que se ha establecido a lo largo de años y que se ha convertido en intocable. Camargo es la suma de circunstancias que están entre nosotros, tiene que ver con San Fernando y como le decíamos hace algunos días pareciera que el tiempo no pasa, la impunidad es una forma de vida.
Las primeras investigaciones de la Fiscalía del estado muestran la total descomposición. Todo indica que los presuntos responsables son integrantes de la policía estatal quienes habrían perpetrado el asalto utilizando una camioneta del Instituto Nacional de Migración (INM), como también le adelantábamos hace unos días.
No se soslaya el trabajo de las autoridades de Tamaulipas. Ha sido hasta ahora rápido, transparente y pareciera que también efectivo. Lo que es evidente es que el enemigo no sólo está afuera, sino que también está dentro y forma parte de las estructuras de gobierno.
En Tamaulipas todos los problemas de esta naturaleza se agudizan, pero consignemos: no es el único estado del país que vive una situación de esta índole. Estamos bajo la complicidad, en muchos casos en medio de la conjunción de intereses, la delincuencia organizada y los carcomidos cuerpos de seguridad.
Citando de nuevo a don Raúl Vera: “Cuando el Presidente siendo candidato prometió que iba a terminar con todos estos problemas lo único que pensé es cómo le va a hacer para encontrar gente honesta”.
Los motivos de la matanza no son por ahora suficientemente claros. Algunas de las líneas de investigación establecen de nuevo que no se puede explicar lo sucedido de otra manera que no sea por la complicidad entre la delincuencia organizada y la autoridad.
Hace unos días Mauricio Farah planteaba que son tantas las interconexiones que podrían estarse dando, entre ellas el “cobro de cuotas” de la delincuencia organizada a los polleros, quienes no estarían cubriendo lo que les exigen.
Esta hipótesis cabe también para lo sucedido en San Fernando. Es una venganza y un brutal aviso para que entiendan todos lo que les puede pasar “si no cumplen” y para cumplirlo tienen a la policía estatal de su lado.
No le demos vueltas: una matanza es una matanza.
RESQUICIOS
A diferencia de Barack Obama, Joe Biden no dejó pasar tiempo y presentó una propuesta de reforma migratoria. No sólo fue eso, también tuvo una sensible referencia a la separación de padres e hijos por la expulsión de migrantes; allá ya hicieron su parte, por acá pareciera que ni se dieron cuenta.