Una de las mayores desgracias de nuestra civilización es que hayan desaparecido las cátedras de retórica en muchas universidades. En la Universidad Real y Pontificia, por ejemplo, hubo una ilustre cátedra de retórica, pero no la hay ahora en la Universidad Nacional Autónoma de México. Lo que sí abundan son clases y cursillos sobre comunicación, redacción, periodismo, publicidad, etc. Aunque el tema de estudio sea semejante, el enfoque es diferente. La retórica es una disciplina humanística y, por lo mismo, cuenta con mayor altura y prosapia.
El filósofo mexicano Rafael Jiménez Cataño es un maestro de retórica —en el sentido más redondo de la palabra— en la Pontificia Università della Santa Croce en Roma. Su libro Razón. Persona en la persuasión. Textos sobre diálogo y argumentación ha sido publicado en la Editorial Notas Universitarias (México 2020). La obra reúne catorce breves ensayos en los que el autor reflexiona sobre los temas centrales de la retórica clásica y contemporánea: la verdad, el relativismo, el fundamentalismo, el diálogo, el testimonio, la confianza, la cortesía, la buena voluntad, las metonimias, el uso de los clichés. Cada uno de estos ensayos son ejemplos de la elegancia en el discurrir y de la sutileza en el argumentar. No pretende el autor construir una teoría ni siquiera parece que quiera convencernos de algo. Lo que hace es dejarnos ver algunas realidades de la razón y del diálogo para que nosotros mismos nos convenzamos de lo que él quiere mostrarnos.
Jiménez Cataño nos ofrece una concepción de la razón y del diálogo en la que la cortesía y la voluntad de entender al otro juegan un papel central. En los ensayos que versan sobre estas dos virtudes, el autor pasa de la retórica y la teoría de la argumentación a la ética y a la antropología filosófica. Como Alfonso Reyes, que por vivir tantos años fuera de México, supo apreciar la razón cordial, como él llamaba, de sus compatriotas, Jiménez Cataño hace una apología de la cortesía que todavía cultivan —aunque cada vez menos, justo es decirlo— los mexicanos.
Siempre son útiles las buenas maneras, sobre todo para conversar. Hay que saber escuchar, no interrumpir, hablar cuando sea nuestro turno, atender las razones ajenas, formular las propias con corrección, esforzarse por entender el punto de vista de nuestro interlocutor y compartir el nuestro con claridad y franqueza. Como señala Jiménez Cataño, la palabra etiqueta, en italiano, coincide con el diminutivo de ética. Para saber convivir requerimos, al menos, de una pequeña ética; si acaso nos negamos a aceptar una gran ética, en el sentido de una teoría filosófica o doctrina religiosa.
Uno de los temas más interesantes que aborda Jiménez Cataño es el de la compleja relación entre la cortesía y la verdad. A veces, por cortesía, no decimos las cosas de manera directa: usamos insinuaciones, circunloquios, eufemismos; es más, a veces preferimos callar, sobre todo cuando sabemos que lo que digamos será molesto o hiriente o humillante. Hay ocasiones, sin embargo, en que es menester decir las cosas tal como son sin extraviarse en las formas ni las florituras. El autor narra la historia de un accidente aéreo que pudo haberse evitado si el primer oficial le hubiera dicho al comandante de manera directa que estaba cometiendo un error. Si no lo hizo fue porque supuso que estaba fuera de lugar que un subordinado le echara en cara una falla grave a su superior. En un caso así, nos encontramos con las reglas de la comunicación dentro de un entorno jerárquico. Pero hay muchas otras situaciones en las que la cortesía puede producir complicaciones en la comprensión.
Jiménez Cataño cuenta una serie de anécdotas sobre si se considera de buena educación decir con franqueza que no se quiere comer más cuando uno está de visita o si se debe pedir otra porción, aunque ya no se tenga apetito, por cortesía con los anfitriones. Nos topamos aquí con un sinnúmero de enredos —algunos simpáticos, otros bochornosos— que surgen por las diferencias entre las sensibilidades personales, pero también las costumbres domésticas e incluso nacionales. En estas páginas de su libro, Jiménez Cataño se muestra no sólo como un filósofo riguroso sino también como un observador agudo de la existencia humana.