Las autoridades chinas acaban de interrumpir las emisiones de la British Broadcasting Corporation (BBC) en el país, bajo el argumento de violar “gravemente” sus regulaciones. La Administración Nacional de Radio y Televisión indicó que el prestigioso medio incumplió “los requisitos para emitir en China”. El incidente se produjo luego de reportajes sobre el Covid-19 y la persecución de la minoría uigur. Temas sensibles para la narrativa de éxito sanitario, armonía social y legitimidad política de Beijing.
BBC World News no emitía de modo abierto en China, siendo sus consumidores cadenas hoteleras internacionales y residencias del cuerpo diplomático. La mayoría de los ciudadanos chinos no accedían a su programación. Además, se practicaba cierta censura específica, al abordarse temas sensibles —crisis en Hong Kong, conmemoraciones de Tiananmen, disputas con Taiwán, política en el Tíbet— para la ideología del Partido Comunista.
Que el anuncio de Beijing incluya frases como “las noticias deben ser veraces y justas” y “no dañar los intereses nacionales de China” revela la naturaleza del enfoque oficial. Bajo Trump, Bolsonaro o Johnson, la BBC cuestionó pésimas decisiones de estos mandatarios, en especial su manejo populista de la pandemia y los desplantes a críticos y aliados. Jamás fue impedida de transmitir sus programas. Sus públicos, amplios, lograron acceder a información distinta a la que favorecía las posturas del grupo gobernante en Washington, Brasilia o Londres.
Quiso el azar que, casi simultáneamente, el experto Juan Pablo Cardenal publicase un estudio sobre la influencia china sobre los partidos y clase política latinoamericanas. En “El arte de hacer amigos”, el reconocido sinólogo disecciona la activa agenda desplegada por Beijing a través de intercambios culturales, inversiones empresariales, viajes de turismo político y asociaciones estratégicas para incrementar su presencia en la región. Practicando hacia afuera —mediante la influencia en sociedades abiertas— lo que veta fronteras adentro.
Estos eventos ponen en debate las diferencias entre autocracias y democracias a la hora de lidiar con los derechos, de medios y públicos, a la información y expresión. Claro que no existen en el orbe santuarios donde la censura desaparezca totalmente. Incluso en las sociedades abiertas hay interferencia gubernamental, amén de desigualdades culturales y materiales que afectan las capacidades de los públicos para procesar y difundir la información. Sin embargo, el pluralismo informativo que en democracia queda parcialmente constreñido por las asimetrías de capital —económico, cultural, político— es bajo los regímenes autoritarios estructuralmente controlado o, in extremis, suprimido. Bajo una concepción monista del orden social que no admite el disenso.
En las autocracias, los dirigentes buscan legitimarse a través de los portavoces y mensajes de las instituciones educativas, académicas y culturales, de las organizaciones subordinadas y de los medios de comunicación estatales o aliados. La esfera pública amplifica el discurso oficial, aceptando peticiones y quejas controladas. Se reconocen errores administrativos, de funcionarios de bajo rango. Pero no críticas a las políticas y dirigentes máximos.
La BBC, decana global en la información pública, no obedece a los caprichos de Downing Street. Ni siquiera la venerada realeza británica ha logrado impedir sus coberturas críticas, en casos como los de Diana de Gales y en los escándalos de corrupción y sucesión. Sin estar exenta de errores e influencias, la gobernanza de la BBC —en cuanto a agenda, enfoques y elección de personal— refleja una pluralidad de perspectivas y un rigor informativo ajenos al modelo chino. Donde la prioridad del partido se impone a la pluralidad del público.