i
Es un secreto a voces entre fabricantes de pianos, una antigua tradición que hoy se mantiene: firmar los pianos en algún rincón oculto, insospechado para el cliente. Una anécdota del sello Steinway (adaptación del apellido alemán Steinweg) lo confirma. Un día, hace poco más de un siglo, un aprendiz llegó a la fábrica en Hamburgo y descubrió que su maestro, un hombre muy reservado, estaba llorando. El maestro estaba de pie frente a un viejo piano de cola Steinway recién desmontado, que había sido enviado a la fábrica para su reparación. “¿Qué pasa?”, preguntó el aprendiz, “¿puedo ayudar?” El maestro le explicó que, al desarmar el piano, había encontrado una firma oculta, un sello de tinta con unas iniciales: era la marca que usaba su difunto padre. El llanto del artesano era otro sello, el de un encuentro familiar en las entrañas del instrumento de su vocación, instrumento al que la familia le había dedicado años, décadas de amoroso trabajo. Un padre y un hijo reunidos por última vez en el interior de un gran piano de cola.
ii
Sobre los amores entre Francisco de Goya y la Duquesa de Alba, que fue su mecenas y protectora, se ha especulado muchísimo. ¿Existió de verdad una relación entre la poderosa María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez y el pintor de moda en la Corte de Madrid? Desde 1785, Goya realizó diversos encargos para los Duques de Osuna y parecía adscrito a su Corte, pero no pudo negarse cuando Cayetana lo invitó a pintar los retratos de cuerpo entero de ella y de su esposo, los Duques de Alba y, desde entonces, frecuentar su casa. ¿Fueron amantes? Difícil saberlo, pero dos años después, cuando el duque ya había fallecido, Goya pintó un magnífico, deslumbrante retrato de la duquesa. Está vestida de maja, toda de negro, y con la mano derecha señala, desafiante, hacia abajo. Quien observe bien, descubrirá que en el suelo se puede leer “Solo Goya”, y que en los anillos que la duquesa lleva en la mano están los nombres del pintor y de ella misma. Al parecer, tras la muerte del duque, fueron inseparables: el cuadro parece confirmar su relación.
iii
Si no artistas, los cirujanos sí son artesanos del cuerpo humano: lo arreglan, lo embellecen, lo trasplantan con una pericia y meticulosidad que sólo se alcanza con años de estudio y dedicación. En una revisión de rutina hecha al hígado recién trasplantado de un paciente, un cirujano descubrió algo inusitado: las iniciales “SB” rubricadas con un láser de argón utilizado para cauterizar las heridas. No se tardó en descubrir que, en 2013, el cirujano Simon Bramhall había “firmado” el hígado de su paciente después de una larga operación. De hecho, había firmado ése y otro hígado también trasplantado a otro paciente. El doctor fue llevado a juicio en el Reino Unido y condenado a pagar una multa de diez mil libras. Llegado su turno para hablar, Bramhall dijo que había sido una tontería con la que pretendía “reducir la tensión en el teatro de operaciones”. El juez dijo que el doctor había actuado con arrogancia (la arrogancia del artista), pero admitió como atenuante que ambas operaciones habían sido largas y complicadas. Bramhall dimitió de su puesto en el hospital.