Vibrando alto

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa
Valeria Villa La Razón de México

Vibra alto, no te critiques, mírate al espejo y repite varias veces: me acepto, soy suficiente, soy bella, merezco amor. No está mal pero es imposible, así, sin matices. La ambivalencia, las contradicciones, la mezcla de sentimientos, son rasgos ineludibles de nuestra humanidad, aunque aspirar a la armonía unidimensional, a que todo fuera más fácil, es un anhelo que nos atraviesa a todos.

Un día alguien me preguntó por qué somos tan complicados, casi quejándose. Pensé, desde la perspectiva más pragmática, en una resonancia magnética de cerebro. Luego pensé en la enorme cantidad de teorías de la personalidad y modelos terapéuticos para aliviar el dolor del alma y también en marcos filosóficos y sociológicos que tienen sus propias hipótesis. Nuestra complejidad se escapa de cualquier simplificación, por más que los movimientos de wellness (la vulgar autoayuda quedó atrás) nos quieran vender lo contrario: ahí donde amamos, odiamos. A veces son sentimientos sucesivos, a veces se mezclan. Poder amar y odiarse a una misma y a los demás, aunque no suene a frase ganadora, es darnos cuenta de que vivimos en el planeta interno y externo de la imperfección.

Somos ambivalentes hacia aquello que nos importa de verdad. Una no se toma el tiempo de odiar a alguien o algo que no la mueve. La misma regla aplica para una misma, porque no hay forma de sólo aceptarse y nunca ser crítica ni juez. Tal vez sólo puede aspirarse a ser un poco menos sádica frente a los errores, las malas decisiones, los hubieras. Un poquito menos perfeccionista sería un logro inmenso de la vida interior y en las relaciones, así que en lugar de pedirle a la gente que comience a amarse incondicionalmente, podría comenzarse aceptando que ahí donde se ama, se odia. Quienes consideren muy fuerte la palabra odio podrían ir a leer a Coehlo o a Bucay. Aquí se usa la palabra odio con frecuencia, porque sirve para aterrizar y no creerse superior ni ser de luz ni todo perdón. Somos odiadores y amadores en vaivén. Así fue como aprehendimos el mundo desde el nacimiento.

También hay que agregar que sentirse insuficiente tiene mucho que ver con el coro de voces que habitan la mente. La mente es una vocera que necesita sintetizar, separar la basura de lo reciclable y alcanzar algún día una voz propia, más original y libre. Freud sostuvo que hay una estructura en nuestra mente que critica, que no nos hace justicia, que no nos dice nada nuevo sobre nosotros mismos pero que ha sido indispensable para adaptarnos al ambiente. Un disco rayado del pasado, reiterativo, un crítico interno que parece salido de una catástrofe, dice Adam Philips. Cualquier descripción del sí mismo y de la conducta será limitada, entre otras cosas, porque contenemos multitudes, porque el yo de la adolescencia es distinto al de la vida adulta. Porque tenemos que actuar para pertenecer y representar papeles que nos garanticen un poco de aceptación.

Se puede sentir aceptación genuina por la que una cree que es, aunque venga la censora interna a devaluarla. En lenguaje freudiano: el yo es fuerte pero no invencible frente a los necesarios ataques del superyó. Hay una delgada línea que separa el imperfecto amor propio del sadomasoquismo.

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