Desde que tengo uso de razón, me persiguen los clítoris.
Mi padre era gineco obstetra y cuando éramos niños, nos ponía a mis hermanos y a mí a dibujar hombres y mujeres desnudos para sus conferencias. Le gustaba el trazo infantil en sus diapositivas y de paso nos daba clases sobre sexualidad. Así, mi infancia transcurrió entre trompas de falopio, úteros, cigotos, labios de todos los tamaños y claro, clítoris. Esto provocó que en repetidas ocasiones llamaran a mi madre a la escuela porque alguno de sus hijos había dibujado en lugar del inocente globo que había pedido la maestra, una redonda matriz con su cordón umbilical.
Una de las anécdotas favoritas de mi adolescencia es la de un galán que, en nuestra primer y última cita, pidió “Una Jarra de clítoris” en lugar de clericot.
Traigo a cuento el tema de los clítoris, porque además de divertidos e importantes, ayer me di cuenta de lo poco ventilados que están. Literal.
Para conmemorar el Día Internacional de la Mujer organizamos una puesta en escena callejera llamada “La Historia de Todas”, una obra documental que narra con monólogos la historia de 5 mujeres víctimas de feminicidio. Una de ellas fue tomada de monólogos de la vagina y cuenta la experiencia de una mujer que sufre ablación o Mutilación Genital Femenina (MSF). La representación fue estrujante y muy gráfica. La actriz usó una toronja jugosa y rosada para describir su genitalidad y el placer que le producía ser mujer. Al terminar la obra platicamos en familia lo fuerte de las historias y me llamó la atención que para mis dos hijos adolescentes esa parte de la obra fue impactante. Les causó conflicto ver escurrir, lamer y morder una toronja… claro, porque representaba una vagina. Mi hija reflexionó: “Me sorprende tanto, que a pesar de que me considero informada, liberal y feminista, me haya sentido incómoda al oír tantas veces la palabra clítoris en público.”
Es cierto, el clítoris y en general el placer femenino sigue vetado y cancelado del diálogo social. Pareciera que nuestro disfrute sexual no existe porque nadie habla de él, no se menciona, no se discute, está borrado del imaginario colectivo, con el muy posible propósito de eliminarlo incluso en nuestra intimidad. Es una tragedia que muchas mujeres, cegadas por prejuicios religiosos y sociales, prefieren cancelar lo que existe entre su ombligo y sus rodillas. En cambio, vivimos rodeados del placer falocéntrico que ese sí se grita, se describe, se canta, se impone. Vergas por todas lados y nada de clítoris.
Por eso, este texto pretende recordar y poner sobre la mesa a ese pedacito de carne que es para nosotras el ombligo del universo, el deseo que late y que nos conecta con nuestra femineidad primigenia. El único órgano humano que sólo existe para dar placer tendría que normalizarse, presumirse y dibujarse como tan sabiamente nos lo enseñó a hacer mi papá, hace 40 años.