El camino más fácil para la simplificación de un problema es la indignación, o la humorada. Uno cree que tiene la razón, se embriaga con ella y se deja llevar, no sólo simplificando el problema sino que manteniéndolo intacto. En el caso de la joven poeta negra Amanda Gorman, quien leyó en la toma de posesión de Joe Biden, y cuyo primer libro de inmediato fue contratado para ser traducido a diecisiete idiomas, el problema, que es el racismo en el mundo, corre el peligro (a estas alturas) de ni siquiera entenderse bien.
Amanda Gorman también corre el peligro de ser sólo un símbolo más, aceptada por las buenas conciencias, una inteligente decisión política del equipo de Biden (este no es un asunto literario) y no una verdadera resistencia que eche raíz, que nos incomode y nos obligue a entender los desequilibrios que rigen a nuestra sociedad. Una manera de aterrizar el símbolo que ya es Amanda Gorman es pedir que sus traductores, de ser posible, también sean mujeres negras. La exageración es necesaria, ni modo: nadie está diciendo que sólo un afroamericano puede traducir a un afroamericano, sino que se aproveche la coyuntura para voltear a ver a otros u otras traductoras y no se promueva a los nombres de siempre. Gente inteligente, que le habla a sus acostumbradas tribunas, se ha escandalizado. ¿Y cómo no? Pedir que traductoras mujeres, activistas y preferiblemente negras sean consideradas para traducir a una poeta negra suena ridículo pero no lo es: es una oportunidad.
Martín Caparrós, Nuria Barrios y otros han mordido el anzuelo y puesto el grito en el cielo. Es fácil. Lo difícil es pensar a contracorriente, encarar el problema vivo de la discriminación y buscar maneras activas de contribuir a disminuirla y enfrentarla. Creo que lo apropiado es la humildad, no la superioridad, no el humor (“sólo los mexicanos pueden escribir rancheras”), no la autosatisfacción. Un ejemplo del constante proceso de aprendizaje a que esta polémica nos lleva es la reacción de Marieke Lucas Rijneveld, persona no binaria (Caparrós cae bajo con esta broma: “ni hombre ni mujer sino todo lo contrario”) que renunció a traducir a Amanda Gorman al holandés. Se explicó mediante un poema que es en sí mismo un proceso de reflexión. Ese poema termina así: “Ser capaz de entender cuando / no es tu lugar, cuando debes arrodillarte ante un poema porque / otra persona lo puede hacer más habitable, no porque / no quieras hacerlo, no por desaliento, sino porque sabes / que hay mucha desigualdad, que aún se discrimina a la gente, / y lo que quieres es fraternidad, quieres un solo puño, y tal vez tu mano / aún no es lo suficientemente poderosa, o tal vez antes debas / tomar la mano de otro en reconciliación, necesitas sentir activamente / la esperanza de que estás haciendo algo para mejorar el mundo, / sin olvidar esto: ponerte de pie después de arrodillarte / y enderezar juntos nuestra espalda”. Estas empáticas líneas (y la decisión que argumentan) son mucho más útiles que la indignación ocurrente de nuestros escritores. Tal vez ignoren que su reacción contribuye a que Amanda Gorman sea una cuota más y no la personificación de un problema real que requiere una resistencia radical.