Al final de la década de los años 80 se presentó un brote de E. coli en un cargamento de verduras producidas en Sinaloa y exportadas a Los Ángeles, California; murieron varias personas por su ingesta. De inmediato, los estadounidenses salieron con el HACCP, que en inglés significa Hazard Anlysis and Critical Control Points, y traducido, Análisis de Peligros y Puntos Críticos de Control, que en resumidas cuentas los autorizaba a elaborar un programa de seguridad alimentaria y trazabilidad transfronterizo, para garantizar que sus ciudadanos sólo consumieran alimentos de la mejor calidad.
La ganadería mexicana no escapó de este esquema, y aunque tardó en establecerse, se logró, a base de mucho esfuerzo, para difundir la nueva idea, gasto gubernamental y perseverancia de los ganaderos organizados. La sanidad y trazabilidad son el alma y corazón de este programa, que no sólo beneficia a los estadounidenses, a nosotros también nos ayuda a mejorar nuestros procesos de varias formas, que muchos aún no entienden.
Pues resulta que hoy ese programa tiene a la exportación de becerros, alrededor de millón doscientos mil de ellos, en paro temporal por haber infringido los reglamentos y condiciones de un acuerdo que había venido funcionando bien, hasta que se nos ocurrió relajar los programas sanitarios y hacer algunas trampas provocadas por varios factores, algunos de índole oficial y otros de iniciativa privada, que sería largo de explicar.
En resumen, la Secretaría de Agricultura de Estados Unidos decretó que no se podrán exportar becerros de varios estados mexicanos, por irregularidades en sus procesos, para decirlo de forma elegante.
El problema no se detiene ahí, resulta que los funcionarios que cobran en lo que queda de la Secretaría de Agricultura en México, aceptaron el regaño y castigo y, de paso, decidieron que esa determinación estadounidense también aplicara para las movilizaciones locales de ganado bovino, lo que tiene a la ganadería nacional en jaque.
Se les olvidó a nuestros funcionarios que en México tenemos una ley nacional de fomento a la ganadería, un reglamento para su correcta aplicación, y que es ahí en donde se especifican las condiciones para poder transitar libremente por el país con nuestro ganado, no tenemos por qué revolver las preñadas con las paridas, y por falta de conocimiento o por flojera, allanarnos a lo que nos imponen los vecinos para efectos de exportación, que, dicho sea de paso, correctamente, porque están en su derecho de no comprarnos si es que no se satisfacen sus requerimientos, como en cualquier otro negocio.
A riesgo de sonar redundante, una cosa son los requisitos que nos imponen nuestros clientes del norte y que hay que cumplir si les queremos vender, y otra muy distinta, las condiciones y procedimientos que debemos observar, si queremos transitar por territorio nacional con nuestro ganado.
Ahora resulta que por ignorancia y flojera oficial, y algunos otros calificativos altisonantes, los ganaderos mexicanos no pueden circular y comerciar libremente en su propio país. Sólo eso nos faltaba.