La corrupción es una forma de violencia de género que trastoca la vida cotidiana de todas las mujeres. Si hay un deseo real de combatir la corrupción se debe permear la perspectiva de género en todas las acciones anticorrupción.
Desde los feminismos se observa que los principales problemas que enfrentan las mujeres surgen a raíz de la corrupción: corrupción pactada, corrupción machista, corrupción patriarcal.
En América Latina, las mujeres están solas y con ellas mismas. Aquí los casos de impunidad son impresionantes. México lidera todas las estadísticas, desde la impunidad hasta la violencia de género. Colombia tiene un grado de impunidad impresionante; nada más la violencia sexual alcanza una impunidad del 98%; es decir, sólo el 2% de los casos de violencia sexual denunciados ha llegado a tribunales. En Guatemala, cada ocho minutos hay una violación sexual. Además, hay otros países donde las tasas de feminicidio son solamente comparables a escenarios de guerra donde no hay ley, ni reglas ni sociedad.
Frente a un panorama de impunidad como éste, es difícil decir que tenemos las herramientas para poder frenar la corrupción. Al contrario, las mismas leyes que buscan reducir este grave problema, lo exacerban. No existe una política pública bien estructurada que transversalice efectivamente la perspectiva de género ante la lucha contra la corrupción.
¿Por qué? Principalmente porque la corrupción se hace desde posiciones de poder, ¿y quiénes ocupan las posiciones de poder? Correcto: hombres. Desde la casa, la oficina, la calle, el espectáculo o la cultura, son hombres los que se favorecen de eso que los feminismos nombran “pacto patriarcal” para no sólo servir de cómplices contra la violencia de género, sino también para alinearse y salir impunes ante actos de corrupción y abuso de poder.
Para empezar, es necesario visibilizar cómo afecta la corrupción a las mujeres: las de la periferia, las influencers, las del medio rural, las tortilleras, las que viven con discapacidad, las trans, etc, pero también poner el ojo en el garabato machista que se han vuelto muchas políticas públicas mal diseñadas y opacas que favorecen pactos y actos de corrupción.
Para ello, además de visibilizar la problemática, se deben hacer investigaciones del impacto diferenciado, evaluar las políticas públicas, fortalecer las estrategias de transparencia y democratizar el acceso a posiciones de poder para que más mujeres ocupen esos puestos.
Pese a que algunos países de América Latina han aprobado leyes y normativas específicas contra el feminicidio u otras formas de violencia contra las mujeres, pocas veces son aplicadas correctamente por nosotras mismas o policías, jueces y fiscales. Esta actitud naturaliza la violencia a tal grado donde hemos llegado a que un presidente, alguna vez, dijera que la violencia institucional, la violencia contra las mujeres, la corrupción, y todo eso, es cultural.
En América Latina, no solamente tenemos una construcción de Estado crónicamente débil, sino también el interés en ese problema es insuficiente ya que el acceso de las mujeres a la justicia o a posiciones de poder es insuficiente. En el discurso actual, se busca combatir la corrupción invitando a los perpetradores a la redención, pero cuando no se investiga, cuando no se juzga, cuando no se condena un crimen la historia solamente se puede repetir y perfeccionar.
En América Latina, los hombres en posiciones de poder consideran la violencia de género un asunto íntimo, de pareja, y no un asunto social como lo vienen gritando las mujeres mientras mueren en hogueras y en rodillas desde hace siglos.
Hoy nos damos cuenta de que el feminicidio es el genocidio más impune en la historia de la humanidad. Y también el más antiguo. A pesar de esta antigüedad, las mujeres siguen cayendo todos los días a manos de perpetradores tanto de conocidos como desconocidos. Y los hombres, en cambio, siguen ocupando las posiciones de poder que ayudan a encubrir, solapar y perpetuar la corrupción, la impunidad y la vileza que los mantiene ahí.
Entonces, en la corrupta y machista América Latina, ¿por qué ayudar a la mujer?