En todo el orbe pululan campañas contra la organización Open Society. Pese a la narrativa casi idéntica de estos ataques, su procedencia no puede ser ideológicamente más diversa. Nacionalistas de extrema derecha y populistas de izquierda. Extremistas islámicos y supremacistas blancos. Leninistas criollos y conservadores obsesionados con el marxismo cultural. Un auténtico Parque Jurásico de la política iliberal. El denominador común es la denuncia contra George Soros, supuesto promotor de una conspiración globalista en contra de las naciones y los pueblos.
Para evaluar la realidad detrás de las acusaciones, revisemos los datos transparentados por la propia organización. El trabajo de Open Society en América Latina promueve la reducción de la violencia, la transparencia gubernamental y la libertad de información, así como la participación de las mujeres en política. Para estos menesteres, su presupuesto aumentó de 2010 a 2020, de 43 a 55 millones de dólares1. Hoy incluye nuevos fondos para el combate a las secuelas sociales de Covid-19.
En Estados Unidos, Open Society ha apoyado numerosos proyectos progresistas. Éstos incluyen la American Civil Liberties Union —defensora de derechos civiles— y la Arab American Institute Foundation, que denuncia la represión israelí contra los palestinos. Algo que ocultan aquellos antisemitas que atacan a Soros por su condición judía, pero entendible por quienes comprenden su trayectoria, ideario y la compleja gestión de su organización2. También Open Society apoya a la National Association for the Advancement of Colored People Legal Defense and Education —defensora de la población afronorteamericana—, el National Council of La Raza —defensor de los inmigrantes— y al Planned Parenthood —promotor de los derechos de la mujer—, entre otros colectivos.
El pasado año, en un ejercicio de autocrítica inherente a las sociedades abiertas, Open Society condenó la violencia trumpista, incluida la represión policial a manifestantes y la intentona del Capitolio. Ante esos hechos, la organización señaló “Fundada para promover los derechos humanos y la justicia en todo el mundo, Open Society nunca ha estado ciega a los problemas en el propio Estados Unidos, una sociedad con su brutal participación en la injusticia racial y la exclusión económica”. Aprobando 220 millones de dólares para “organizaciones de justicia dirigidas por negros que ayudaron a crear y mantener el impulso hacia la igualdad racial”3.
En realidad, allende los debatibles actos o ideas de su fundador, los ataques a Open Society tienen una raíz más profunda. Su labor de promoción cívica molesta a reaccionarios y radicales antidemocráticos. Enemigos del pluralismo político y la diversidad social, unidos en el recelo a las causas liberales y auténticamente progresistas. Esas que suponen un tipo de discurso y accionar, autónomo y (auto)crítico, intolerable para liderazgos, movimientos y regímenes autoritarios. Los que, en su teología política, confunden Fe e Ideología. Y el derecho a tener derechos con insubordinación punible ante los poderes establecidos.
La arremetida antiliberal suma, a menudo, una desmemoria selectiva e hipócrita. Es el caso de los muchos Viktor Orban —grandes y pequeños, conservadores o progresistas— que usan los derechos y recursos de la sociedad abierta para forjar su trayectoria política. Y luego, al gobernar, denuncian los mismos reclamos que les llevaron al poder. En el nombre de un pueblo que debe ser interpretado, encarnado y preservado. A veces, incluso, en contra de sí mismo.
1 Ver https://www.opensocietyfoundations.org/financials
2 Ver Emili Tamken, The Influence of Soros: Politics, Power, and the Struggle for Open Society, Harper, 2020 y, del propio Soros, En defensa de la sociedad abierta, Paidós, 2020.