A poco más de un año del inicio de la pandemia, Israel eliminó el uso obligatorio del cubreboca en lugares públicos abiertos; con ello, lanzó un mensaje fuerte al resto del mundo: “¡Hemos vencido al virus!”.
Los ciudadanos israelíes han vuelto a salir a las plazas, retomaron las calles y la vida social; las clases se han reiniciado y la pesadilla de la enfermedad ha quedado atrás. ¿Cómo fue que lograron esto?
Primero, Israel —por sus condiciones históricas y la tensión interna cotidiana— vive en estado de alerta. Lo mismo están preparados para un ataque terrorista que para una inminente invasión; aprovecharon esta estructura de guerra para atacar a la pandemia como si fuera un enemigo de la seguridad nacional y, no solamente, un asunto de salud pública.
De esta forma, elevaron el nivel de alerta al máximo y dispusieron —sin titubeos— a las medidas necesarias para enfrentar las diferentes aristas que generaría esta crisis. Con visión de Estado, reconocieron que solamente tomando medidas económicas, sanitarias, fronterizas, científicas y logísticas podrían derrotar al virus.
Fueron necesarios tres confinamientos obligatorios nacionales que se decretaron en tiempo y forma; se cumplieron y se levantaron cuando el objetivo había sido logrado. No se permitieron esos caprichos seudodemocráticos que pedían treguas por “fiestas”, “vacaciones” o “reactivación económica”, pues, desde una mirada estratégica, se sabe que la duración del estado de alerta máxima es directamente proporcional al cumplimiento de los objetivos.
Además, el acompañamiento del prestigiado Instituto Weizmann dio confianza a los ciudadanos y certezas a los políticos. El instituto es uno de los más reconocidos del mundo y la inversión que se ha hecho en él, por varias décadas, ha mostrado que el gasto en ciencia será siempre una inversión cuyo retorno en los tiempos de crisis será impagable.
La logística de vacunación fue sorprendente: simple, rápida y amigable. Nada de escándalos de amiguismos o corrupción; ningún devaneo electoral; tampoco fue motivo de división o discriminación. En la guerra contra la pandemia, cualquier resquebrajamiento —por cuestiones sociales o políticas— pondría en riesgo la misión. En ese sentido, la unidad y el espíritu común eran indispensables para avanzar en la gestión.
Finalmente, nada de tocar las trompetas de la victoria antes de tiempo. Con más del 60% de la población vacunada, el retorno a las clases presenciales y una disminución del 98% en el porcentaje de contagios, el gobierno insiste en que se mantenga el uso de cubrebocas en lugares cerrados y se respete el distanciamiento social, pues la posibilidad de una variación del virus, que no sea prevenible con la actual vacuna, sigue latente.
Las acciones tomadas son reflejo de una prolongada virtud de prudencia política en los gobernantes. Y eso, sí es de envidiarse.