India: el infierno se construye

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela
Valeria López Vela La Razón de México

La semana pasada, escribí sobre la gestión de la pandemia en Israel; en dicho artículo, señalé que la articulación de las condiciones sociales, las decisiones del gobierno, así como el sistema de creencias es el eje que permite explicar el buen puerto sanitario al que, al parecer, han llegado.

En esta ocasión, utilizo las mismas tres categorías para evaluar al caso más difícil del momento: India.

Las condiciones sociales —sobrepoblación, costumbres sanitarias e índice de pobreza— hicieron que los especialistas en salud voltearan la mirada hacia la India pues, dichas posiciones, eran el caldo de cultivo idóneo para la expansión de cualquier virus de transmisión aérea, con una alta posibilidad de una —o varias— nuevas cepas.

La primera etapa de la gestión de la pandemia tuvo muy buenos resultados. El ministerio de Salud, a cargo del Dr. Narendra Modi, logró atender los casos y contener los fallecimientos; lanzó, además, un fuerte programa de vacunación. En febrero, los contagios se habían reducido 90% y declararon que habían “vencido a la pandemia”.

Los casos comenzaron a aumentar y, la segunda ola —que inició en abril— materializó los temores de los especialistas. A pesar de que la vacunación había empezado en enero, el relajamiento de medidas de contagio sumado a las festividades religiosas —el 13 de abril se celebró el kumbhamela— hicieron que el número de contagios diarios creciera brutalmente.

Las celebraciones religiosas reunieron a 100 millones de personas, en el río Ganges, en donde se sumergieron para obtener el “amrita” o néctar de la inmortalidad que terminaría el ciclo de reencarnaciones del devoto.

Con este contexto, la información que tenían hindúes era la siguiente: el gobierno había domado la pandemia; la ciencia había encontrado la vacuna que prevenía la enfermedad y se aplicaba rápidamente; la fe, les animaba a sumergirse en el río para alcanzar la inmortalidad dejando de reencarnar.

En ese sentido, los cien millones de personas que asistieron a la celebración del kumbhamela tenían argumentos religiosos, políticos y científicos para realizar las festividades más importantes del año, con la falsa certeza de la seguridad sanitaria.

Lo siguiente ha sido la antesala del infierno: los contagios crecieron exponencial y velozmente; la capacidad de atención hospitalaria fue rebasada por la demanda de necesidades sanitarias; los muertos han sido tantos que fue imposible tener cremaciones individuales y se hicieron de forma masiva.

Pensar que esta segunda ola responde, exclusivamente, a motivos religiosos es falso.

Detrás de esto, se encuentra la comunicación irresponsable del gobierno, el déficit sanitario que —durante décadas— ha tenido el país, la negligencia administrativa, el fuerte del sistema de creencias de los ciudadanos y la crueldad han construido el infierno que hoy se vive. Insisto, el infierno no llegó: el infierno se construyó.

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