Montaigne y los sexos

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo La Razón de México

Es muy fácil juzgar, con los ojos del presente, los asuntos del pasado. Sucede todo el tiempo, y tanto así, que corremos el peligro de dejar de escandalizarnos.

Contextualizar, poner en perspectiva y entender las circunstancias de una época determinada ya son ejercicios que escasean: preferimos juzgar y sentenciar desde la pereza y la moral del momento. Montaigne, siempre vigente, ha escapado a las sentencias de la cancelación, aunque en sus escritos abunda la carne para un festín neopuritano. ¿Cómo lo ha conseguido? Sin duda, por lo avasallante del sentido común que profesó, pero probablemente también porque fue el primero en señalar, constantemente, sus propios defectos, adelantándose a la posteridad acusatoria. Se daba todo él en sus escritos, y su amistad podía considerarse como una versión en carne y hueso de sus propios ensayos. “La peor de mis acciones y características no me parece tan deshonesta como me parece deshonesto y cobarde no osar confesarla”, dijo, y más adelante redondeó: “¿Por qué nadie confiesa sus vicios? Porque aún están en ellos; refiere sus sueños quien está despierto”. Hueso duro de cancelar, Montaigne, a quien fingir le afligía, pues le faltaba coraje para dejar de reconocer lo que sabía…

Releo su famoso ensayo “Unos versos de Virgilio”, donde Montaigne entra de lleno al tema del amor, del matrimonio y del sexo, y subrayo con rojo lo que ya había subrayado con verde sobre mis subrayados a lápiz:

—“El amor aborrece que se esté unido por otra cosa que por él, y se añade débilmente a las relaciones que se forman y mantienen con otro pretexto, como es el caso del matrimonio”.

—Sobre el matrimonio: “Sucede lo que vemos en las jaulas: los pájaros que están fuera se desesperan por entrar; y los que están dentro, tienen el mismo afán por salir”.

—“Las mujeres no se equivocan del todo cuando rehúyen las reglas de vida vigentes en el mundo, porque las han establecido los hombres sin su intervención”.

—“Escúchalas referir nuestros cortejos y nuestras conversaciones: te hacen dar cuenta de que nada les aportamos que no hayan sabido y digerido sin nosotros”.

—“Si alguien me preguntase por la primera cualidad en el amor, le respondería que es saber aprovechar el momento; la segunda, otro tanto, y también la tercera. Es un punto que lo puede todo”.

—“Todos vosotros habéis vuelto cornudo a alguien; ahora bien, la naturaleza consiste por entero en correspondencias, en compensación y vicisitud”.

—“Cupido es un dios felón”.

—Sobre la cópula: “¿No somos bien brutos llamando brutal a la acción que nos produce?”.

-“A quien sólo goza con el goce, a quien sólo gana si lo gana todo, a quien la caza sólo le gusta en la captura, no le corresponde entrar en nuestra escuela”.

—“Porque es muy razonable, como suele decirse, que el cuerpo no siga sus deseos en detrimento del espíritu. Pero, ¿por qué no es también razonable que el espíritu no siga los suyos en detrimento del cuerpo?”

—Sobre el amor: “¿Quién no sabe hasta qué punto en su escuela se procede al revés de todo orden? Los novatos son los maestros”.

—“Es mucho más fácil acusar a un sexo que excusar al otro. Es lo que suele decirse: el atizador se burla de la pala”.

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