Edward Said y el silencio sobre Palestina

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

Palestinos limpian los escombros de edificios bombardeados por Israel. Foto: AP

Desde hace dos semanas una nueva ola de violencia arrasa con barrios enteros de la franja de Gaza y la ciudad de Tel Aviv. Aviones de combate israelíes bombardean esa populosa zona portuaria, causando más de doscientas muertes de civiles y, de ellas, cerca de cien entre mujeres y niños. Hamás, que controla Gaza desde hace quince años, responde con cohetes que intentan ser derribados desde la Cúpula de Hierro, el sistema antiaéreo israelí.

La comunidad internacional observa con impotencia esta nueva escalada de violencia y muerte. La ONU ha sido incapaz de elaborar, siquiera, una declaración del Consejo de Seguridad, que llame a la paz en la región, porque Estados Unidos se ha opuesto en tres ocasiones. El gobierno de Joe Biden, menos eficaz que el de Barack Obama para promover la distensión, no ha dejado de presionar a Benjamin Netanyahu y ha contribuido a la apertura del paso de Kerem Shalom para la ayuda humanitaria en Gaza.

Frente a este nuevo callejón sin salida del exterminio mutuo vale la pena releer los escritos de Edward Said. En el prefacio de 1992 a La cuestión palestina (1979), este importante intelectual, profesor de la Universidad de Columbia, encaraba un elemento central del conflicto, que se hace cada vez más evidente: su perdurabilidad. El desconocimiento de la soberanía de Palestina ha durado demasiado —hace más de setenta años que se creó el estado de Israel— y la crisis se vuelve peligrosamente intemporal y rutinaria.

Decía Said en 1992 que el conflicto había durado tanto y había pasado por tantas fases de la historia global —Segunda postguerra, Guerra Fría, Post-Guerra Fría— que muchos intelectuales y políticos, que en los años 60 y 70 habían condenado la ocupación y colonización territorial de Palestina, ya preferían no hacerlo. Para Said, ese silencio de los intelectuales occidentales era equivalente a la “traición de los clérigos” de Julien Benda, al “opio” de Raymond Aron o a los justos reclamos de Albert Camus y Simone Weil de una denuncia paralela del nazismo y el estalinismo.

La perdurabilidad del conflicto, cuya raíz, según Said, no era el nacimiento del estado de Israel sino el boicot de la autodeterminación palestina, había normalizado la violencia en la región. Al englobar el reclamo de soberanía de Palestina dentro de la red del “terrorismo islámico” y ligar éste a la orientación yihadista de Hamás, Israel y sus aliados occidentales contribuyeron decisivamente a la postergación del pleno reconocimiento tanto de la nación como del estado palestinos.

En los años previos a su muerte, en 2003, Said observó con preocupación el crecimiento del liderazgo de Hamás y otras organizaciones más radicales dentro de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) e, incluso, de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Ese desplazamiento no ha hecho más que acentuarse a partir de 2006, cuando Hamás triunfa en las elecciones legislativas en Gaza e inicia la última ofensiva contra su rival Fatah, en Cisjordania.

Desde 2017, Hamás y Fatah están unidas en un pacto de reconciliación, lo cual favorece las tendencias extremistas. Pero la reacción de Israel a ese relanzamiento del soberanismo palestino ha sido más agresiva que negociadora. Como tantas veces en el pasado, lo que sucede en estos días es consecuencia del debilitamiento de las corrientes moderadas y dialogantes, en ambas orillas del conflicto, y, también, de la clarísima asimetría económica, tecnológica y militar entre las dos naciones.

Aquel silencio sobre Palestina, que denunciaba Said, se agranda año con año. Y no sólo por la incapacidad de posicionamiento del Consejo de Seguridad sino por las diversas manipulaciones que suscita el diferendo a nivel global. La alianza entre Estados Unidos e Israel genera múltiples tensiones geopolíticas, sobre todo, después de una presidencia tan unilateral y antipalestina como la de Donald Trump.

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