Los principales argumentos señalan que, en realidad, no se debería hablar de amenazas sino de guerra, ya que algunos países están bajo un ataque constante.
Esta guerra ocurre en el mundo real y en el mundo virtual. En principio, el segmento del mundo real se observa y se comprende bien, mientras que el segmento virtual opera sigilosamente en el mundo invisible de las computadoras y las redes hasta que muestra efectos en el mundo real.
Tomemos en cuenta la corriente de asesinatos en el proceso electoral de México que está de moda. Este fenómeno se observa en el mundo real y se entiende bien por la sociedad mexicana. Aunque ahora, de repente, plumistas denuncian esta tendencia (en México la violencia es estructural y siempre ha servido como determinante política y si revisan la historia verán que muchas de las balas fueron dirigidas por una pluma) culpabilizando al gobierno en turno.
¿Por qué pasa esto en el mundo real? Porque la gama de métodos y actividades es amplia en la política, incluyendo: espionaje; influir en la información; inmiscuirse en las elecciones; robo de propiedad intelectual; explotar debilidades logísticas como tuberías de suministro de energía y servicios; chantaje económico; secuestro comercial; socavar las instituciones al hacer que las reglas sean ineficaces; terrorismo; aumento de la sensación de inseguridad; atentar contra el libre tráfico y comercio civil; restringir las comunicaciones, etc.
Éste es el mundo real.
En el mundo virtual —cuyo terreno es mucho más amplio y desconocido que el mundo real—, debido a Covid-19, la demanda de datos genéticos y de salud se ha disparado a nivel mundial. Esto presenta una seria amenaza (sino es ya una guerra) que podría lanzarse contra las empresas, a menudo conectadas con el Estado, que recopilan datos biométricos, como muestras de ADN, de personas de todo el mundo.
¿Qué observa y entiende México y otros países de esto? Nada. Ni en su pasado reciente ni en su pasado milenario hay referencias para este mundo virtualizado.
En general (y no sólo México) los países se enfrentan a un panorama de seguridad nuevo, fluido y desafiante caracterizado por la imprevisibilidad, la volatilidad y la gran competencia por datos/votos. La pandemia transfirió muchas cosas del mundo real al virtual, pero la política democrática sigue siendo tan primitiva como la de los romanos. Y eso que los mismos romanos supieron observar y entender que para mantener su gran legado se necesita cambiar de estructuras: a veces a repúblicas, a veces a democracias, a veces a dictaduras, a veces a monarquías –siempre y cuando se procure la salud pública… ya que sin salud pública, sabían los romanos, no se puede crecer ni desarrollar ni soñar más allá de una localidad.
¿Por qué entonces, el mundo real se aferra, autoritariamente, a un solo tipo de democracia que tolera y facilita tanto el asesinato como la basura, mientras que el virtual es dominado por una filosofía líquida, anárquica y consensual? La salud hasta ahorita no es virtual, pero si nos despreocupamos llegará el momento que un chip reemplazará la bala para detener tu corazón. Y aún allí, en ese futuro, seguirá siendo la pluma la que termine la decisión de una elección.