Hoy que terminan las campañas de las elecciones concurrentes federal y locales, vale hacer una reflexión de lo que está en juego en la jornada electoral de este domingo. Con excepción de la Presidencia de la República y el Senado, se realizará la mayor renovación de personal político de los poderes legislativos y ejecutivos de nuestro sistema federal en la historia. Y no sólo ello: también —o principalmente, podría decirse— está a prueba el perfil de nuestro régimen político, lo que podría tener un impacto decisivo no sólo en lo inmediato, sino para futuras generaciones.
Puede considerarse que, desde 2016, con los paradigmáticos casos de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el referéndum del Brexit y el de los acuerdos de paz en Colombia, se reforzó una tendencia que desde los inicios de este siglo, y cada vez con mayor frecuencia, se venía observando en las elecciones en un gran número de países repartidos por todo el mundo: si la ciudadanía tiene suerte, puede escoger entre un populismo (ya sea “de derechas” o “de izquierdas”), por un lado, y un polo demócrata liberal, por el otro (socialdemócrata, conservador moderado o una coalición entre ambos); o bien, en el peor de los casos, tiene que decidir entre dos opciones populistas (ahí están como casos emblemáticos la última segunda vuelta presidencial en Brasil y la que habrá de celebrarse este mismo domingo en Perú).
Volviendo a centrarnos en nuestro país, se trata de las primeras —y esperemos que también últimas— elecciones a gran escala que se celebrarán bajo condiciones pandémicas. No obstante, ha sido muy emocionante ver la respuesta de millones de ciudadanos dispuestos a participar en el proceso electoral y saber que nuestros vecinos se encargarán de integrar las mesas directivas de casilla para recibir, resguardar y contar los votos durante la jornada electoral. Y claro, hay que hacer también un justo reconocimiento al personal del Instituto Nacional Electoral (INE) y de los organismos públicos locales electorales (OPLE) que se encargaron de conducir todas las etapas previas del proceso electoral, que está llegando a su fin bajo los excepcionales desafíos logísticos que representó organizar las elecciones en medio de la pandemia.
Se podría decir, con cierto sustento, que las campañas actuales se caracterizaron por la pobreza de las propuestas, la frivolidad de los contenidos y la no idoneidad de muchos candidatos. Puede ser. Pero tampoco es algo que no se haya visto en la elección anterior, o en las previas. Por todo ello, más la eternamente señalada “crisis de representación” de los partidos y el dichoso “desencanto democrático”, se escucha por doquier —hasta el cansancio, como un falso mantra— la letanía de que “no hay por quién votar”… en el extremo, ni siquiera en Morelos, donde hay ¡23 partidos! (los diez nacionales más trece locales, como si un mayor número de opciones garantizara que fueran buenas alternativas para el conjunto de la ciudadanía). No olvidemos lo central: las elecciones sirven para que, con base en la voluntad ciudadana, se conformen gobiernos y congresos.
Sea cual sea su decisión, estimados electores lectores, la invitación es salir a ejercer nuestro máximo derecho político, que es el sufragio. Como cada tres años, ha llegado la hora de la ciudadanía.