Un lunes maquiavélico

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo larazondemexico

Tengo la idea de que al pensamiento de Maquiavelo hay que entenderlo habiéndonos despojado del maquiavelismo, es decir de su caricatura o falsa interpretación. Dicho pensamiento no gira alrededor de la “razón de Estado”, es decir de la ley de autoconservación del poder, ni de la multicitada idea de que el fin justifica los medios, lo cual es una simplificación.

El príncipe absolutamente cruel no existe, es un emoji del pensamiento: lo que sí dijo Maquiavelo es que se puede combinar sin ningún problema el ser temido y el no ser odiado, idea mucho más sofisticada que nos invita a leerlo con cuidado, sobre todo hoy. Sobre los líderes odiados o amados, tema de estridente actualidad, el florentino proponía hacer uso del sentido común, sugiriéndole al príncipe ejecutar a través de otros las medidas que provocaran odio y por sí mismo las que acarrearan el favor de los seguidores. Los favores, decía, deben hacerse poco a poco, para que se puedan saborear y agradecer, mientras que las injusticias mejor hay que infligirlas de un jalón, para que se sientan menos y no den tiempo de maquinar una venganza. Pero aquí ya se insinúa, nuevamente, la caricatura.

La verdadera lección de las reflexiones de Maquiavelo es, en mi opinión, mucho más sutil y al mismo tiempo poderosa: consiste en que los súbditos, o sea los votantes, es decir tú y yo, decretamos nuestra propia ruina. Claro, no lo sabemos, pero lo hacemos, a veces por la fuerza, a veces por el engaño, a veces por la astucia de quienes nos gobiernan (y a veces por propia omisión, agregaría yo, pero esta idea ya no entra en la órbita de Maquiavelo). Recordemos que sus ideas no fueron nunca partidistas, que su objetivo central fue el mantenimiento del poder. Para ello se requiere hacer política (la política era su único partido), que, entre otras cosas, es el arte de engañar. Así es. Quien mejor sabe ser zorro, triunfa, y el zorro requiere concentrar el poder, pues “jamás suceden bien las cosas cuando dependen de muchos”. El príncipe todopoderoso encontrará siempre a quien se deje engañar, y no necesitará ni siquiera cumplir sus promesas: la fe jurada puede dejar de observarse cuando va en contra de los intereses del poder. El príncipe engaña, pero evita ser engañado: para ello cierra el círculo de contacto con la realidad, pues cuando todo el mundo puede decirle la verdad, le falta al respeto. Ideas peligrosas que circularon hace más de 500 años y que hoy son tristemente vigentes.

Maquiavelo supo que no hay nada más arduo de emprender que la elaboración de un nuevo orden, ni más dudoso de hacer triunfar, ni más peligroso de administrar. Supo también que si para dicha elaboración el príncipe se apoyaba en soldados o mercenarios, nunca estaría tranquilo ni seguro. Algo más supo: que la naturaleza de los pueblos es inconstante: son fáciles de convencer pero es difícil mantenerlos convencidos, por lo cual la presencia constante del príncipe era recomendable. Su realidad y la nuestra se asemejan tanto, en ciertos aspectos, que da miedito. Prefiero que el gobernante mande obedeciendo, y que el voto sea el vehículo de nuestras instrucciones.

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