Después de una semana de que Perú celebró la segunda vuelta electoral para elegir entre Keiko Fujimori y Pedro Castillo para gobernar el país, aún no hay resultados electorales y la tensión política se encuentra en un punto máximo, pues las campañas electorales han desatado una polarización sin precedentes para este país.
Ninguno de los dos candidatos había despertado una emoción o intensidad particular durante la primera parte de sus campañas electorales. Se descartaba con mucha facilidad que el fujimorismo pudiera articularse como una opción ganadora después de las dos derrotas previas de Keiko en su intento de gobernar. Castillo también pasó desapercibido debido a que su figura como exprofesor de una escuela rural y líder de movimientos de resistencia magisteriales no tenía mucha penetración en Lima. Al finalizar la primera vuelta, ambos candidatos obtuvieron menos de una tercera parte de los votos, pues Fujimori recibió 13% de los sufragios y Castillo, 19%.
La polarización se desató en cuanto los dos candidatos se enfrentaron directamente, pues ambos despertaron y activaron un discurso de terror sobre lo que pasaría si su adversario llegaba al poder. Por un lado, el fujimorismo ha reavivado la idea de que la ideología marxista de Castillo va a convertir a Perú en una dictadura comunista-chavista y a la vez ha insistido en la equivalencia entre el comunismo y el terrorismo. Además, en un extraño y potente esfuerzo discursivo por reescribir la historia, señalan que el gobierno autoritario de Alberto Fujimori fue un momento de apertura democrática, porque se expulsó a las élites del poder y se construyeron nuevas políticas horizontales y democráticas que abrieron la puerta a peruanos que habían sido excluidos de la política.
Por otro lado, el partido de Castillo —Perú Libre— ha articulado uno de los clivajes más importantes de la sociedad peruana: el antifujimorismo. Los crímenes en contra de los derechos humanos que cometió Fujimori (por los que sigue en prisión), así como las acciones autoritarias y dictatoriales con las que desintegró al Congreso en un autogolpe de Estado, la suspensión de la Constitución, así como la represión que se desató contra sus opositores, han permitido reavivar el terror de que una victoria de Keiko implicaría la reinstauración de una dictadura fujimorista. Además, el discurso en contra del actual sistema económico ha encontrado un momento perfecto cuando la pandemia ha incrementado la pobreza en 10 puntos porcentuales y se han acrecentado las terribles desigualdades históricas.
Esta combinación hizo que el electorado peruano se enfrentara a tomar una de las dos posturas extremas, en la que la posición contraria se definió como un voto antipatriota y a favor de una dictadura. Lo peor es que, en cierto punto, ambas posiciones tienen razón, pues preocupantemente ambos bandos hicieron declaraciones y propuestas anacrónicas y cuestionables. Parece que los resultados electorales favorecerán a Castillo, pero con una mínima diferencia y, con los niveles en los que se encuentra la polarización, todo parece indicar que se avecina una conflictividad que sólo pondrá a Perú, una vez más, en el sendero de una crisis infinita de la que no han acabado de escapar.