“El verdadero modo de vengarse de un enemigo es no asemejársele”
Marco Aurelio
Hace tiempo que la democracia nicaragüense agoniza. El gobierno de Daniel Ortega ha perdido todo respeto por las libertades ciudadanas: lo mismo ha perseguido a opositores que a periodistas; prácticamente, a cualquiera sobre el que pese la sospecha de impulsar un cambio en el gobierno —como ha ocurrido con algunos empresarios—.
Irónica pero previsiblemente, los miembros del antiguo Frente Sandinista de Liberación Nacional terminaron por parecerse —más de lo debido— a aquellos que con tanta furia y desprecio combatieron: la dictadura somocista.
El Frente Sandinista surgió como una vía armada para derrocar al gobierno de la dinastía Somoza que, en ese momento, estaba al frente Anastasio. Para combatirlos, el gobierno implementó la “Operación Limpieza” en la que la Guardia Nacional, una vez que lograba recuperar una ciudad de manos de los guerrilleros del Frente Sandinista (FSLN), ejecutaba a todos los sospechosos.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos estuvo atenta a los hechos y señaló las atrocidades cometidas en el Informe sobre la situación de los Derechos Humanos en Nicaragua, en 1978, en donde pueden consultarse.
Cuarenta años más tarde, Daniel Ortega como presidente replicaría la estrategia de su antiguo adversario con el mismo nombre, con la misma violencia, pero en otros tiempos: los abusos han sido conocidos por el mundo entero, gracias a las redes sociales. Ortega ha ordenado, emulando al dictador al que luchó por derrocar, otra “Operación Limpieza” que, de acuerdo con Amnistía Internacional, está dirigida en contra de las personas que protestaban; la nueva versión de la “Operación Limpieza” incluyó “detenciones arbitrarias, tortura y el uso generalizado e indiscriminado de fuerza letal por parte de la policía y fuerzas parapoliciales fuertemente armadas”.
En 1978, la “Operación Limpieza” se enfocaba en los miembros del FSLN; hoy, desde el gobierno, miembros del antiguo FSLN reactivan la “Operación Limpieza” en contra de ciudadanos que ejercen su derecho a la libertad de expresión, a la protesta y a la participación política.
Parece que el poder embriaga a los políticos por igual; Ortega se convirtió en la versión rojilla de lo que por tantos años combatió: un dictador que da la espalda al pueblo que lo eligió, un violador de derechos humanos.
Imagino un encuentro entre Anastasio Somoza y Daniel Ortega como un tête à tête de antidemócratas; ambos intentarían justificar sus decisiones políticas y acudirían a mentiras y tergiversaciones pues, supongo, a ninguno de los dos les gustaría compartir el mismo lado de la historia. Sin embargo, en este diálogo ficticio, Somoza daría la estocada final a Ortega diciendo: “te pareces tanto a mí, que no puedes engañarme”.