Desde la llegada del Covid hemos estado llenos de luces y sombras, muchas de las primeras producto del personal de salud del sector público y privado quienes han hecho un trabajo que ronda en lo heroico el cual, no olvidemos, nos ha colocado como el país con más personal de salud muerto por la pandemia.
Seguir en la línea de que las cosas se enfrentaron con un sistema de salud casi devastado a estas alturas ya no tiene mucho sentido, porque muchas de las cosas que hoy se critican bien pudieron ser atendidas a lo largo de estos dos años y medio.
A estas sistemáticas referencias hay que agregar declaraciones imprudentes e imprecisas. Buena parte del problema se agudizó por minimizar la pandemia y por hablar sin tener toda la información de lo que estaba pasando. Como fue el hecho de que el vocero asegurara que 60 mil personas fallecidas sería una “catástrofe”; instancias serias y dignas de crédito hablan de que habría cerca de 500 mil personas muertas.
En estos días hemos entrado de nuevo en un muy inquietante incremento de contagios. En algunas entidades se pasó de manera poco reflexiva a semáforo verde, instrumento, el semáforo, que no es “intrascendente” como dijo en una de sus muchas declaraciones contradictorias el vocero.
Conversando con especialistas del sector público y privado, existe la coincidencia de que no fue la mejor de las ideas colocar en lo particular a la CDMX y al Edomex en verde. Nunca quedaron claras las razones del porqué de ello, lo que sí se apreció es que hubo presiones, elecciones y una falsa idea de que se empezaba a tener cierto control sobre la pandemia.
Lo que estamos viendo es que en varios estados el crecimiento de contagios está de nuevo remitiendo a cerrar comercios, volver a casa a trabajar y, de plano, posponer las clases presenciales.
El Gobierno ha ido cambiando algunas de sus estrategias. No es que sean necesarias las muy ideologizadas conferencias de prensa vespertinas, lo que pasó es que fueron perdiendo peso, sentido y hasta oportunidad. Su final se veía venir, lo que salió sobrando fue el inexplicable jolgorio, la fiesta, los mariachis y un reconocimiento al vocero que va dejando una herencia cada vez más cuestionable.
El fin de las conferencias, junto con otras decisiones, acabaron por crear una percepción en el imaginario colectivo de que las cosas estaban pasando y que ya estábamos entrando a nuevos escenarios.
Sumemos a esto la puesta en marcha del semáforo verde en buena parte del país, el regreso a clases presenciales, la obcecada idea de no usar el cubrebocas por parte del Presidente y el muy desigual proceso de vacunación, que no casualmente se intensificó previo a las elecciones lo que vino a provocar también la percepción de que estaba pasando lo peor.
Por más que se argumente que la “tercera ola” no será tan severa, se tienen que redoblar todas las medidas de seguridad sanitaria e intensificar la vacunación la cual, insistimos, ha sido profundamente desigual. El Gobierno debe hacerle ver a la ciudadanía el tamaño del problema en que estamos por lo que debemos, como nunca antes, hacer nuestros deberes; la estrategia oficial es parte indirecta de la eventual “tercera ola”.
Hay que atender lo que pasa en el mundo. Algunos países que habían tenido grandes avances están de nuevo tomando severas precauciones, convocando a los ciudadanos de la manera más firme a tomar sana distancia y a usar el cubrebocas.
La pandemia llegó para quedarse. El reto es como lidiar con ella y de una vez por todas no menospreciarla. Estas últimas semanas de nuevo se ha hecho evidente que la estrategia del Gobierno está entrando en los riesgosos y peligrosos terrenos de las sombras.
RESQUICIOS
Puede ser interesante el ejercicio que propone el Presidente de “quién es quién en las mentiras de la semana”. La clave está en que el ejercicio sea de ida y vuelta, porque en esto el que se ríe se lleva.