Superpoderes de la retórica

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo
Julio Trujillo La Razón de México

El lenguaje es un animal fascinante, vivo, en constante cambio y del que apenas sabemos nada: lo usamos de una manera sorprendentemente limitada, ignorando que nuestra imaginación también se encoge en un mundo lingüístico chiquito. Es muy impresionante leer a Wittgenstein, en su Tractatus, en el esfuerzo de ampliar las posibilidades del lenguaje para llevarlo a una efectividad casi matemática y así pensar mejor. Sin lenguaje no hay mundo, pero con poco lenguaje hay las migajas de un mundo.

Quienes saben de retórica, que es el arte y la teoría de la expresión, habitan una realidad aumentada por las posibilidades del decir y les cuesta trabajo salir de ahí para enfrentarse a la pobreza de todos los días, a los enunciados chatos, a nuestras maneras erráticas que pervierten, simplifican, hieren y desperdician el potencial del lenguaje. La retórica es vasta, bella y compleja. Yo quise ser solvente, en mis años de universitario, en usos retóricos, y todos los días traía bajo el brazo el famoso (para nosotros, los estudiantes de letras) Diccionario de retórica y poética de Helena Beristáin. Yo no sabía quién era ella (gran académica de la UNAM, del distinguido linaje de Aspasia de Mileto, la gran logógrafa griega del Siglo de Pericles), pero su libro me acompañaba a todos lados como si fuera una novela de aventuras, y lo era: el universo de las palabras implosionaba y me hacía ver acepciones, conexiones, usos, idas y vueltas, deliciosas miniaturas que, al enriquecer mi conocimiento, transformaban la realidad, pues las palabras también son la arcilla con la que se construye la realidad. Recuerdo que quise leerlo como a un libro corriente y no como a un diccionario, es decir página por página, en orden, pero que inmediatamente mi empresa fracasó porque los diccionarios, justamente, están diseñados para el brinco, el puente y la diagonal. Por ejemplo: el primerísimo término del diccionario es “ab ovo”, pero cuál sería mi sorpresa al ver que, en lugar de ofrecerme una definición, me ordenaba sin mayor explicación: ver “in media res”. Di el brinco, fui a “in media res” y leí: “La relación de una historia comienza ‘in media res’ cuando el orden de la intriga no es el canónico o cronológico de la fábula; es decir, cuando no comienza por el primero de los hechos relatados —lo que sería iniciar la relación ‘ab ovo’—sino por una parte intermedia”. Tenía yo no una sino dos definiciones y el libro ya estaba abierto a la mitad. Un buen diccionario, un diccionario perfecto (digamos), no sólo es adictivo sino que es eterno, serpentea de un término a otro y evoluciona con el lenguaje. Y no podemos salir del lenguaje, estamos atrapados,

felizmente atrapados.

¿Tiene alguna utilidad saber que la anticatástasis es una forma de la ironía? Sí, porque nos afila y nos muestra la detalladísima textura de los usos del lenguaje, esa herramienta que damos por sentada, a la que nunca interrogamos y que incluso usamos inconscientemente, como loros repetidores. Y no se trata de saber por saber sino de saber para usar, no sólo para agudizar nuestra expresión sino para profundizar en el pensamiento. Las ideas cabalgan sobre las palabras, pero es muy triste constatar que la caballada está famélica.

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón

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