Para un tango se necesitan dos, e igualmente para conseguir la paz. En la última ronda de enfrentamientos entre Israel y Gaza, la atención pública internacional, tal vez justificadamente por la disparidad de la fuerza de las dos partes, se concentró en criticar y señalar las fallas del liderazgo israelí. Pocos, con excepción de la prensa árabe, enfocaron su atención en lo que ocurre del otro lado de la frontera. Esta semana, por primera vez desde los enfrentamientos, la política palestina llegó a los titulares internacionales: Nizar Banat, activista conservador y uno de los críticos más fuertes de la Autoridad Palestina (AP), fue asesinado en la ciudad de Hebrón, al parecer a manos de fuerzas de seguridad palestina.
La respuesta no se hizo esperar, y hoy se cumplen ya seis días de una huelga general convocada para protestar en contra del gobierno en Cisjordania. Mahmoud Abbas, el presidente de la AP, tiene 85 años, y la lucha por su sucesión comenzó ya a tornarse violenta. La gran división del pueblo palestino empezó en 2005 con la muerte del líder palestino histórico, Yasser Arafat. Arafat fue siempre un líder controvertido. Por un lado, dirigió las campañas terroristas de la Organización de Liberación de Palestina y, por el otro, una vez en el poder, estrechó la cooperación con las autoridades israelíes y promovió los Acuerdos de Oslo —reconociendo la existencia de Israel—. Fue precisamente esta dualidad, y su enorme carisma, lo que le permitió mantener unificado al pueblo palestino detrás de su liderazgo. Después de su muerte, las divisiones que siempre existieron salieron a la luz y en 2006, ante la sorpresa del mundo, el grupo terrorista, y ahora político, Hamas, ganó las elecciones en Gaza, dividiendo así el territorio palestino en dos: un ala moderada en Cisjordania, que coopera profundamente en cuestiones de seguridad con Israel, y otra, en Gaza, que decidió continuar con la lucha armada.
En los últimos años, la Autoridad Palestina, ante su incapacidad por lograr avances significativos para terminar la ocupación, comenzó a perder popularidad; —los agentes del gobierno tienen además privilegios especiales por su relación con Israel, algo que sus rivales han sabido usar en su contra—. Si la AP ha logrado permanecer en el poder es porque, con el visto bueno de Israel y de Estados Unidos, se ha negado a celebrar elecciones democráticas. Este año debieron haberse celebrado elecciones; sin embargo, y a sabiendas de que la derrota era una posibilidad, la AP decidió cancelarlas. Esto hizo incrementar el poder de activistas conservadores, muchos de ellos afiliados a Hamas.
Una victoria de Hamas en Cisjordania pondría en peligro la estabilidad de la región y augura una nueva ola de enfrentamientos sangrientos; sin embargo, si la AP quiere sobrevivir tendrá que elegir a un nuevo líder con el carisma suficiente para poner un alto al giro de los palestinos hacia la derecha islámica. Por el momento, el único líder de este tipo, Marwan Barghouti, quien apoyó los procesos de paz para después convertirse en el líder de la segunda intifada, está en la cárcel por actos de terrorismo y su liberación, hasta ahora, parece improbable.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.