Doce comunistas en el lago de Nan Hu

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL

Mao Zedong, fundador de la República Popular China, en una foto de archivo. Foto: Especial

En el verano de 1921 se celebró en Shanghái el primer congreso de Partido Comunista Chino. Entonces aquel puerto estaba controlado por los británicos. La inteligencia del Reino Unido seguía de cerca el avance de la izquierda china, a través de uno de sus principales objetivos, Mijaíl Borodin, líder del Comintern que también ayudó a los comunistas mexicanos y estadounidenses a formar sus primeras organizaciones.

Cuando la seguridad local supo de la reunión en la “concesión francesa”, los fundadores del partido tuvieron que refugiarse en una barca en el lago de Nan Hu. Fue allí que comenzó la historia de ese partido legendario, aunque sin la presencia de dos de sus precursores intelectuales, Chen Duxiu y Li Dazhao, que habían traducido el Manifiesto Comunista y otros textos de Marx y Engels.

En China la historia está siempre mezclada con el mito y se cuenta que en la barcaza de Nan Hu sólo se reunieron doce delegados, en representación de sesenta militantes de todo el país. La provincia de Hunan estuvo representada por un joven maestro, graduado de la Escuela Normal y bibliotecario de la Universidad de Pekín —donde tomó clases de filosofía con Chen Duxiu—, llamado Mao Zedong.

En los años 20 el comunismo chino creció en diálogo permanente con el Kuomintang, el partido nacionalista fundado, una década atrás, por Sun Yat Sen, también respaldado por la URSS y el Comintern. Tras la división de la república creada por la Revolución de Xinhai, Sun estableció una alianza con los comunistas, en Cantón, para enfrentar a Beijing.

La alianza se quebró en 1927 y dio paso a una rivalidad entre nacionalismo y comunismo que es una de las claves de la historia china en el siglo XX. La invasión japonesa en 1931 produjo relanzamientos eventuales del frente unido de comunistas y nacionalistas, encabezados ya para entonces por Mao y Chiang Kai Chek. El maoísmo surgió al calor de aquel prolongado conflicto en que la lucha por la soberanía nacional pasaba por la guerra civil.

El enorme talento de Mao para llevar adelante el proyecto comunista por medio de entendimientos tácticos con los nacionalistas puede constatarse en el famoso foro de Yenán, en 1942, donde se sentaron las bases doctrinales de la nueva hegemonía. Allí Mao llamó a crear una cultura popular marxista, que integrara y superara las tradiciones regionales y la diversidad religiosa y étnica del enorme país, por medio de una “síntesis materialista”.

A partir de 1949 aquella hegemonía conquistó el Estado nacional y desde entonces hasta hoy China ha estado gobernada por el Partido Comunista. Real o imaginaria, la historia de los doce del lago de Nan Hu se ha transformado, en ocho décadas, en una organización de más de 90 millones de militantes: un partido que tiene las dimensiones demográficas de un país.

En las celebraciones del centenario, durante esta semana, el gobierno de Xi Jinping ha reiterado su objetivo de integración del pasado chino. La reescritura oficial de la historia procede por medio de una elusión de los errores y conflictos de Mao y Deng y una celebración de la “síntesis”, que reformula muchos tópicos del viejo nacionalismo imperial.

De Mao se exalta la lucha guerrillera y la Larga Marcha que logró la conquista del Estado en 1949. Se minimizan, sin embargo, las hambrunas y el terror, el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural, el culto a la personalidad y las purgas cíclicas. De Deng se recupera la modernización económica y la diplomacia realista, aunque sin exagerar el buen trato con Occidente, en un momento de crecientes tensiones con Estados Unidos y Europa.

El actual comunismo chino es un fenómeno tan novedoso e intrigante que tiene como su principal motivo de orgullo haber producido la segunda potencia capitalista mundial. El plan para 2049, cuando se celebre el otro centenario, está claramente trazado: desplazar a Estados Unidos y ser el nuevo superpoder global del siglo XXI.

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.

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