En menos de dos años Chile ha pasado de experimentar meses de manifestaciones multitudinarias, represión policial, polarización y su mayor crisis política de las últimas décadas a iniciar un proceso democrático único para redactar una nueva constitución que deberá estar lista en un año.
Se trata de un momento político fascinante que debemos seguir con atención, pues se trata de un constituyente como no se ha visto en la historia.
El primer elemento a destacar es que se trata de la primera convención constituyente de un país en la que existe paridad de género, pues de los 155 integrantes, 77 son mujeres y 78, hombres. En segundo lugar, 17 escaños son ocupados por miembros de las 10 naciones originarias de Chile, una cifra de representación sin precedentes en cualquier país con poblaciones indígenas. En tercer lugar, la mayoría de los constituyentes no provienen de ninguno de los partidos políticos tradicionales, pues sólo 51 de ellos tienen algún tipo de afiliación partidista. Por el contrario, la mayoría son ciudadanos independientes, muchos de los cuales tomaron por asalto el espacio público a partir de las manifestaciones de 2019. Finalmente, el perfil ideológico de esta convención es mayoritariamente de izquierda, pues los legisladores de derecha, cercanos al gobierno de Sebastián Piñera, sólo ocupan 37 de los 155 asientos, menos del 25%. Por lo tanto, la clase política tradicional y en el gobierno deberán trabajar junto con una ciudadanía que en 2019 se rebeló para cuestionar el modelo económico y las desigualdades del sistema chileno.
Este conspicuo grupo de constituyentes, que ayer tomó protesta e inició sus trabajos, tendrá exactamente un año para presentar un nuevo texto constitucional, que los chilenos tendrán que confirmar en un plebiscito en 2022. Aún es incierto el tipo de coaliciones que se formarán, qué tan novedosas o radicales serán las propuestas que logren llegar al nuevo texto constitucional, así como el papel que jugará la tensión social que aún existe, pero dado que se ha definido que todos los artículos deben ser aprobados al menos por dos terceras partes de la asamblea, junto con esta particular conformación de constituyentes, sin duda veremos un proceso de reingeniería institucional sumamente interesante. Una pequeña muestra puede verse en la primera acción de la asamblea: han elegido como presidenta de la convención a Elisa Loncón, una lingüista y activista de origen mapuche, la mayor comunidad indígena de Chile.
La oportunidad de deshacerse de la constitución vigente, que viene desde la época del dictador Augusto Pinochet, junto con la posibilidad de poner sobre la mesa todas las características del sistema político, económico y social del país, abre un momento único para los ciudadanos chilenos, pues ellos han sido el origen de este terremoto político que, encauzado democráticamente, hoy ofrece una oportunidad sin precedentes. Claramente la realidad de un país no puede cambiar por decreto, por lo que una nueva constitución no eliminará en automático los múltiples problemas de Chile, pero definirá nuevos horizontes y caminos para la sociedad chilena. Nos tocará observar y comprender este fascinante proceso político que en poco tiempo ha llevado a Chile de asomarse al abismo a repensar democráticamente su futuro.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.