La administración Biden está revisando su política hacia Cuba. Señaló la voluntad de eliminar medidas de nocivo impacto en la población, implementadas bajo el gobierno de Trump, manteniendo el compromiso con la causa democrática.
Diversos gobiernos, ONG e intelectuales le exigen ir deprisa; eliminando cualquier sanción a la isla. Acusando al gobierno demócrata de ser rehén del voto conservador cubanoamericano.
Los críticos de la Casa Blanca no parecen reconocer que la situación es más compleja. Es erróneo atribuir al legado trumpista —por demás nefasto para la política exterior y doméstica de EU— ser una causa fundamental de la actual crisis isleña. Es engañoso equiparar sanciones, embargos y bloqueos, como si todo fuera la misma cosa1; obviando cómo el diseño y funcionamiento del modelo vigente resultan decisivos para la negativa situación insular.
En las dimensiones humanitaria, económica y geopolítica, la gestión del gobierno cubano ha tenido una responsabilidad clave en su situación interna. También en el deterioro de sus relaciones con Washington. ¿Por qué no considerar cómo, desde la administración de Obama, se incrementó la represión a todo activismo, incluidos aquellos actores moderados que saludaban el restablecimiento de las relaciones entre ambos países? ¿Acaso la burocracia insular no paralizó los últimos años las reformas —a despecho de sus propios planes y del consejo de los especialistas— reforzando la crisis socioeconómica y la migración de los hastiados jóvenes?
El apoyo de La Habana al atrincheramiento de Nicolás Maduro y los reforzados lazos con la Rusia de V. Putin son notorios. Su postura ante cualquier propuesta de normalización que incluya mejoras en la situación de los Derechos Humanos es similar a la de sus aliados iraníes, bielorrusos o nicaragüenses. Aunque la narrativa victimista con causa exógena haya sido eficazmente esparcida en la opinión pública global, otras fuentes revelan distintas aristas del fenómeno2. En plena pandemia, la inversión hotelera ha rebasado muchísimo al gasto social y sanitario. Se ha desbordado el control y la represión a la ciudadanía. El Partido Comunista, tras su último congreso, sigue doctrinariamente aferrado a un discurso anquilosado. Nada de eso tiene que ver con el legado de Trump o las posturas de Biden.
Ciertamente, hay margen para una política distinta. El gobierno estadounidense debería incluir inmediatamente a Cuba en su donación global de vacunas, ayudando a combatir —con apoyo de la Cruz Roja y la OMS— una pandemia que se agrava cada día. También restablecer los consulados y revisar las restricciones al envío de remesas. Todo ello sería una postura unilateral, que beneficiaría humanitariamente al pueblo cubano; y restaría argumentos a los defensores del discurso oficial antibloqueo.
Nada de eso es contradictorio con sancionar, selectivamente, a funcionarios y entidades violadores de los Derechos Humanos. Tampoco con impulsar multilateralmente —junto a gobiernos y organizaciones democráticas de Latinoamérica y Europa— el acompañamiento a la emergencia cívica en la isla. En especial a los activistas —entre ellos muchos jóvenes artistas, ligados a identidades y causas progresistas— que luchan hoy por un país digno de ser vivido. En el que puedan promover sus intereses y derechos, sin sufrir la criminalización o el exilio.
Una revisión de la política hacia Cuba es congruente con la agenda de una administración que privilegia la defensa multilateral de la democracia y amplía la ayuda al desarrollo a países del sur. En tanto ninguna política —exterior o doméstica— puede prescindir de un balance entre lo pragmático y lo normativo, es necesario evaluar cualquier política que dañe innecesariamente al agotado pueblo cubano. Pero invisibilizar propagandísticamente la responsabilidad de una élite que restringe los derechos de sus ciudadanos y persiste en una fallida política económica es otra (y muy mala) cosa.
1 Ver https://iwpr.net/es/global-voices/verdad-mentira-y-engano-acerca-del-embargo-cubano
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.