El fracaso estadounidense

POLITICAL TRIAGE

Montserrat Salomón
Montserrat Salomón Foto: larazondemexico

Sólo Estados Unidos puede darse el lujo de ser arrogante e incompetente al mismo tiempo. El dinero le salva la plana, pero a un precio muy alto y con un mal pronóstico a futuro.

Hace unos días me crucé con una publicación de Robert Reich, exsecretario del Trabajo de EU durante la administración de Clinton. Este economista connotado hacía un análisis del porqué su país en vez de ser excepcional es la excepción —para mal— entre los países industrializados al comparar cómo reaccionó y qué resultados obtuvo al enfrentar la pandemia del Covid-19. Daba datos contundentes: con apenas poco más de 4% de la población mundial, EU acumula 30% de las muertes debido a esta enfermedad. Esta catástrofe, según Reich, no puede achacarse únicamente a la nefasta actuación de Trump, sino a la falta de preparación del país para enfrentar una crisis sanitaria y, por consiguiente, socioeconómica de estas proporciones. La ironía se cuenta sola, el país más rico del mundo no tuvo los medios para reaccionar.

Aunque hoy por hoy la pandemia está bajo control gracias a las impactantes sumas de dinero invertidas en una vacunación masiva y expedita, el daño está hecho y es preciso analizar qué pasó y sigue pasando en un país al que sólo su poder y dinero separan del caos.

El primer factor es la polarización política. Desde hace décadas el país vive dividido y cada vez más confrontado. En lugar de estadistas y expertos, figuras bufonescas e ideologizadas ocupan lugares de influencia dentro de las filas del gobierno y de ambos partidos. Trump sólo fue la infame punta del iceberg de ambición de la cúpula política y empresarial estadounidense. Este fenómeno es un tipo de corrupción. No será al estilo latinoamericano, pero claramente es una desviación de recursos de la búsqueda del bien común a los bolsillos e intereses de actores particulares. Sí, Estados Unidos es un país corrupto, y esto costó muertes por la inacción política ante la pandemia.

El segundo factor gira en torno a la desmesurada desigualdad socioeconómica que impera en el país. Billonarios y mendigos, juntos, pero separados por un abismo de indiferencia. La desigualdad es multifactorial ha de ser enfrentada con medidas estables, aunque temporales, de compensación. Acción afirmativa, en el caso de la raza. Apoyo al desempleo, en el caso de la pobreza. Pero estas acciones se han politizado, haciendo que vayan y vengan impuestos y apoyos, sin orden y sin futuro. Y, por supuesto, la falta de un sistema universal de salud, un factor sin precedentes entre los países industrializados.

Por último, la falta de cohesión social. Es un país fracturado en el que si no se encuentran liderazgos que lo unifiquen, pronto sacar la cartera no será suficiente.

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.

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