El próximo informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC por sus siglas en inglés) se presentará el 9 de agosto. Muchos temen lo peor. Este año se ha visto que el oeste de Canadá alcanza los 49.6ºC, con más de 700 muertos por la ola de calor. Las lluvias torrenciales en India también salen de la normalidad que, por siglos, mantuvo el monzón bienhechor del que depende la agricultura.
Existe una hambruna en el sur de Madagascar, causada por sequía prolongada, y es el primer caso de tragedia alimentaria explícitamente asociada al cambio climático, no a conflicto armado o incompetencia de los líderes políticos.
Por si fuera poco, se ha documentado que dos ciudades han alcanzado ya, aunque de manera momentánea, las condiciones que las harían inhabitables: 90% de humedad en el aire, combinada con temperaturas mayores a 35ºC. Se trata de Jacobabad, en Paquistán, y de Ras al Khaimah, en los Emiratos Árabes Unidos. Pero la revista Science Advances reporta que dos puntos de México también se han acercado a ese umbral mortífero en los últimos tiempos: al sur de Sonora y en Campeche. ¿Cuántas muertes reportadas como paros cardiacos y fallas renales, en nuestro país, fueron resultado de canículas húmedas?
Se esperaban esas olas de calor para 2050 en algunas zonas del planeta, tropicales y costeras, donde el calor se mezcla con la evaporación del mar. Pero el informe del IPCC nos confirmará la próxima semana si, como parece, el futuro ya nos ha alcanzado.
Habrá que escuchar a los científicos del clima y defenderlos de los charlatanes que tratarán de desacreditarlos; como hacen los antivacunas con expertos de la salud y gobiernos, impidiéndoles salvar miles de vidas. Los negacionistas del cambio climático también seleccionan los argumentos que les convienen, los exageran y rechazan las principales conclusiones de la ciencia, aunque sean amplios consensos de expertos.
Tanto antivacunas como negacionistas del cambio climático suelen compararse con Galileo y otros valientes científicos que disentían en su época de las autoridades. Pero, como explica Lawrence Torcello, no se merecen invocar la figura del gran físico florentino. Éste no era un especialista en manipular datos para ganar debates, sino un sabio capaz de producir resultados experimentales. Así como las vacunas no son meros discursos, sino biotecnología que salva vidas, el cambio climático ya no es, desde hace años, una teoría debatible, sino una realidad material que nos acecha.
A la sociedad nos toca reconocer la autoridad científica del IPCC y la mala fe de quienes tratarán de rechazar su próximo informe. Sería suicida, aunque cómodo a corto plazo, prestarle oídos a quienes buscarán distraernos, calmarnos o engañarnos con falacias. Sería un crimen no sólo contra nuestros hijos y nietos, sino contra poblaciones hoy muy vulnerables. Quien no quiera preocuparse por el cambio climático, entonces debe ocuparse ¡ya!