Calasso y el sacrificio

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón. larazondemexico

Hay en la obra de Roberto Calasso (1941-2021) una nostalgia por el misterio de lo divino que no resulta fácil de entender para un lector contemporáneo. Quizá por esa razón, algunos de sus ensayos se han clasificado como literatura, como si de esa manera se le disculpara por escribir acerca de una dimensión de la existencia que ahora sólo se recuerda como mitología primitiva. La nostalgia de Calasso es fruto de la extraordinaria profundidad de su horizonte cultural. Calasso observa la historia más reciente de la humanidad —la de, digamos, los últimos cuatro siglos— desde su asombroso conocimiento de nuestro pasado más remoto.

Esa nostalgia del pasado mítico de la humanidad en no pocas ocasiones lo pone en peligro de caer en posiciones que podrían juzgarse como políticamente incorrectas. Un ejemplo de lo anterior es su evocación del sacrificio en la cultura védica en su admirable libro El ardor (Barcelona, Anagrama, 2016).

Para quienes viven en sociedades modernas secularizadas, la idea de matar un animal para sacrificarlo a los dioses (o al dios único, como hacen los musulmanes en el Hajj) les resulta no sólo moralmente reprobable, sino francamente repugnante. Sin embargo, como bien señala Calasso, no les inquieta que, hoy más que nunca en la historia de la humanidad, se maten millones de animales para el consumo humano. Se hacen de la vista gorda porque esas ejecuciones mecanizadas se llevan a cabo en lugares cerrados. Para decirlo de otra manera, los ríos de sangre que brotan de todas esas vacas, esos cerdos, esas gallinas no mancha, ni siquiera con una gotita, su hábitat.

Calasso pregunta: “¿por qué, si se quiere establecer un contrato entre lo humano y lo divino, es necesario matar a un ser vivo? ¿O, por lo menos, destruir —quemando o vertiendo— cierta cantidad de alguna materia?” A partir de su examen de los textos védicos, Calasso va considerando diversas hipótesis: el sacrificio es una manifestación del sentimiento de culpa de los humanos por tener que matar para vivir, es una manera de manejar los excedentes, es un complejo mecanismo de sustitución de la víctima. Pero ninguna de estas explicaciones resuelve el misterio, por lo que Calasso no se aferra a una de ellas. Hay una explicación del sacrificio que no le agrada: la que propuso René Girard y ha sido muy comentada en años recientes. Según Girard, el sacrificio es un mecanismo social para desfogar en un inocente la violencia que se acumula en un colectivo.

Calasso considera que se exagera cuando se habla de un supuesto “regreso de la religión” en el siglo XXI. Lo que hoy entendemos por religión no es lo que entendían los pueblos indoarios que escribieron los textos védicos hace tres mil años. Esa religión, como todas las antiguas, estaba fundada en el ritual. Todo en la vida pasaba por el ritual: nacimiento, crecimiento, enfermedad, muerte. Y el ritual giraba en torno a la práctica del sacrificio. Un verdadero retorno a la religión, desde la perspectiva de Calasso, consistiría en un retorno al ritual y, en particular, al sacrificio. Pero algo así resulta inconcebible en nuestros días.

Lutero rechazó la interpretación tradicional de la misa cristiana como un sacrificio. Entenderla de esa manera, decía el monje alemán, era un “abuso impío” que producía “monstruos”. Aunque la Iglesia Católica ha ratificado que la misa es un sacrificio genuino —y no una mera conmemoración del realizado por Jesucristo—, Calasso piensa que, tarde o temprano, se perderá la batalla. El repudio que hay en Occidente a todo tipo de sacrificio, aunque sea incruento, lleva a los católicos a sentirse cada vez más incómodos con aquella idea.

Calasso señala que, de acuerdo con los Upanishads, los seres humanos estamos como dormidos. Vivimos en la no-verdad. Para cruzar el umbral que separa la no-verdad de la verdad es indispensable recorrer el pasillo del sacrificio. No basta la fe ni la ciencia, ni la caridad, ni la doctrina, ni la oración para llegar a Dios. Sin el ritual sacrificial, no se puede entrar en contacto con lo invisible. Para despertarnos tenemos que arder, no en el fuego físico, sino en el fuego espiritual de la consciencia plena de lo real. A ese ardor es a lo que se refiere el título de su libro.

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