Un ecosistema (geo)político donde predominen democracias robustas y consolidadas representa una amenaza, real y simbólica para la supervivencia e influjo de los regímenes rivales. Subvertir esta relación y asegurarse el apoyo de sistemas con valores políticos similares ha sido un objetivo de la política exterior de las autocracias.
Tengan sus capitales en Beijing o Moscú, en Teherán o Riad, los Nuevos Despotismos —John Keane dixit— seducen con sus inversiones y préstamos, sus canales de televisión y sus convenios culturales a las naciones de este lado del Atlántico.
En particular Rusia y China, las dos principales autocracias globales, influyen cada vez más activamente en el marco latinoamericano. Actúan sobre un entorno donde la polarización política, el nacionalismo populista y la corrupción del Estado de derecho abonan el terreno a la difusión autoritaria. En contextos donde la demanda de crecimiento económico y equidad social, legado nefasto de la era neoliberal, se ve hoy amplificada por los devastadores efectos de la pandemia es comprensible que algunos busquen inspiración en otros lados.
Se trata de una influencia multidimensional, en los terrenos económicos, políticos e ideológicos. Los campos académico y cultural han servido como esferas de esta influencia, aprovechando el resiliente sesgo antiliberal en la identidad de nuestras naciones. La presencia de referentes políticos ajenos a la república democrática se expone desde la academia: allí se calla o justifica ante la represión a protestas en Bielorrusia, Nicaragua o Myanmar, bajo el mantra de la soberanía estatal. Se habla incluso del sex appeal de democracias “otras”, sin competencia plural ni alternancia política.
Todo ello se amplifica eficazmente mediante el despliegue, desde medios de comunicación afines —RT, CCTV, Sputnik, HispanTV— de narrativas que difunden modelos cívicos, culturales y políticos alternativos. Así, Vladimir Putin —en tanto estilo de liderazgo— o China —como modelo de desarrollo— se vuelven populares en amplios sectores de las poblaciones nativas. Hacia el ámbito latinoamericano, se aprovecha el rechazo regional a la injerencia extranjera, siempre en referencia a las prácticas desarrolladas durante dos siglos por Estados Unidos. Jamás en alusión a las acciones autoritarias de Moscú en Ucrania, a la ofensiva de Beijing sobre Hong Kong.
Esta narrativa seductora en lo mediático e ideológico está interconectada con la diplomacia pública, los convenios empresariales, los contratos militares y otras esferas. La creciente presencia del dinero proveniente de las autocracias sirve de sustento a las narrativas afines creando el soporte material a la difusión de ideas y valores antidemocráticos. Ante ello, las sociedades, academias y élites políticas americanas, formalmente democráticas, parecen aún estar a la defensiva.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.